sábado, 20 de agosto de 2016

1.India intentó suicidarse


-Hola Susi, soy India, de Venezuela. Nos conocimos en el Pico Espejo, en Mérida, al pie de los Andes. Te acuerdas, ¿verdad? La del sombrero rojo y las botas de andar en moto.
-¡India! ¡Cuánto tiempo! Claro que me acuerdo. Cómo me iba a olvidar de India, la mujer vivaracha y morenita que me encontré en la cabina del teleférico. Pasamos muy buenos momentos aquel día. Aunque pueda parecer extraño, no hacía mucho frío ni viento en el lugar donde paramos a charlar, muy cerca de la cima del Espejo.
-No sé qué ha sido de ti ni por dónde andas ahora. Pensé que te habías olvidado definitivamente al no haberte puesto en contacto nunca conmigo desde el día que nos conocimos -   contestó India reprochando a Susi sin razón. 
-Estuve pasando una temporada bastante larga en Argentina con unos amigos. Un año sabático que me regalé tras pedir una excedencia sin empleo ni sueldo gracias a que tenía unos ahorrillos. La mayor parte del tiempo lo pasé en Patagonia y disfruté mucho. ¡Ah!, y  también he aprovechado para subir al norte y ascender al Aconcagua. Y a ti, ¿cómo te ha ido? -dijo Susi temiendo que la llamaba por algo especial, quizás nada bueno. 
-A mí, no tan bien.
-¿Te ha ocurrido algo malo? -contestó Susi preocupada.
-Estoy hospitalizada en el área de psiquiatría del hospital de mi ciudad debido a una fuerte depresión. Pero lo peor es que... -hubo un pequeño silencio.
-A ver, cuéntame -dijo Susi para ayudarle a continuar. 
-Tuve un intento de suicidio. Afortunadamente solo quedó en eso, en un intento, tras ingerir una caja entera de pastillas.
-¿Cómo has dicho? 
-Así fue. Aconteció hace tan solo un mes, cuando estaba con mi hermana María. Luego me vine a mi casa; pero como seguía deprimida decidí que me hospitalizaran de nuevo. No quería vivir ni un minuto más. Ahora mi situación laboral es muy complicada. Me quieren botar del trabajo. Estoy diagnosticada con trastorno bipolar. Aislada socialmente. Quedaré en la ignominia si pierdo mi trabajo. Son veintidós años de servicio que pueden ir directamente al cubo de la basura, todo mi esfuerzo de la noche a la mañana perdido. Estoy llorando. 
Susi dejó que India sollozase unos segundos sin interrumpirla para que se aliviase un poco.
-Me dejas de piedra. Tranquilízate, por favor. Y no llores.
-No puedo parar -contestó India.
-Cálmate ya. Te lo pido de nuevo. Te lo ruego, haz un esfuerzo y cálmate, por favor. A ver, relájate y cuéntame cómo ha sido todo. Tengo toda la noche para ti.
¿Estás sola en la habitación?
-Sí, estoy sola y no me molestará nadie.
-Por el amor de Dios, India, ¿cómo has podido hacer una cosa así? En el Pico Espejo estabas radiante de felicidad, tu rostro y tu forma de hablar rebosaban vida, estabas alegre y al mismo tiempo relajada y tranquila, creo que sin preocupaciones.
-De aquella, sí, pero ahora, no. Este año han pasado muchas cosas. Y, después de que ocurrieran todas juntas, me encontré muy desesperada, no encontraba salida, ni veía luz alguna en el largo y oscuro túnel.
-Me dejas de piedra, India. Esa era la peor solución. Cuéntame más cosas, por favor, y ponte cómoda.
-Espera un momento que hago pipí.
India se levantó, dejó el móvil sobre la cama, se puso una bata y salió de su habitación. 
Una de las pacientes gritaba, insultaba y maldecía.
-Desgraciados. Malparidos. Sáquenme de aquí. Yo no he sido, malditos...
-¿Estás ahí? -preguntó India a Susi una vez que dobló la almohada para ponerse más cómoda-. Ya estoy de nuevo aquí. Debes perdonar, los baños quedan muy lejos, casi al fondo del pasillo.
Volviendo al tema, sé que tienes razón en todo, me doy cuenta ahora que estoy mejor, pero en ese momento no veía alternativa alguna. Mi vida ha cambiado mucho este último año. Primero murió mi mami, y yo llevaba una estrecha relación con ella. Después murió mi perra que me acompañó once años. A los tres días apareció mi gato muerto en la puerta de mi casa, entraron los ladrones y se llevaron todo lo que pudieron, me quieren botar injusta e ilegalmente del trabajo y perderé más de veinte años de carrera en el servicio público, mi derecho a jubilación, y pasaré a las estadísticas de la pobreza crítica de mi país.
-Demasiadas cosas en una sola semana, India. ¿Quién estuvo a tu lado en esos momentos tan difíciles?
-Mi hermana María, pero desde que me vine a mi casa he vivido sola.
Somos cinco hermanas. Mis padres no tuvieron ningún hijo varón, si no contamos el último embarazo, que trajo un precioso niño muerto y con él una tormenta de lágrimas. Fue la única vez que vi llorar a mi padre, no lo quiero ni recordar. ¡Quién nos vería jugar a todas las niñas con él, y preguntarle a mi mamá por qué tenía el niño aquel gusanito entre las piernas!
Ahora solo tengo  una amiga. Se llama Miriam y me trae ropa limpia de la casa.
-¿Llevas ya muchos días hospitalizada?
-Ayer se cumplió la primera semana y no sé por ahora cuándo me darán el alta -dijo India.
-¿Podéis recibir visitas? -preguntó Susi.
-No. Aquí no están permitidas las visitas. 
La vida en este centro es muy fuerte. Hace dos días una paciente me mordió el brazo y ni siquiera me curaron. Me lavé la herida con agua y jabón y punto. Aún me duele. Pero he tenido suerte que no se ha infectado. Ten en cuenta que aquí las medicinas son bastante escasas. Hay otra paciente que también es muy agresiva y me insulta cuando se cruza conmigo, e, incluso, a veces, da gritos desde su habitación. Se ve que la ha debido coger conmigo, sin ninguna razón, porque yo nada le digo y nunca me he metido con ella.
A las pacientes más violentas y bravas las amarran a sus camas. Ellas gritan y gritan. Si no se callan, vienen los celadores y las someten atándolas con correas a la cama.
-¿Qué enfermedad padece la que te mordió?
-No lo sé. A mí me parece que tiene esquizofrenia.
Hay también un hombre hospitalizado, el único. Las demás somos mujeres. Pero a él lo tienen encerrado en otra habitación con reja. No somos muchas, unas veinte en total. Yo me quiero ir cuanto antes porque todo esto es muy fuerte para mí y tengo la absoluta certeza de que me está haciendo más mal que bien.
-¿Es un hospital público o tienes que pagar por estar ahí?
-Es el área psiquiátrica de un hospital del Estado.
-Todo ese panorama y ese ambiente no pueden ser muy buenos para tu ansiedad y tu depresión. 
¿Sentiste miedo al entrar? 
¿Te trajo tu familia a la fuerza o ingresaste por tu propia voluntad?
-No me trajeron a la fuerza, fui yo quien quise venir porque me sentía demasiado mal. Es muy fuerte estar aquí. Hay que luchar mucho para cuidarse. Si no lo haces y no estás pendiente, cuando sirven la comida, te la quitan y quedas a dos velas, aunque tampoco es mucho el hambre que tengo. Además, no quiero morir.
-¿Qué quieres decir con eso, India?
-Quiero decir que si no ingresaba iba terminar intentando suicidarme de nuevo.
-Me causa mucha y profunda pena lo que me acabas de decir -contestó Susi.
-A mí también. De verdad Susi, de verdad, no quiero morir.
-No vas a morir, India. Tenlo bien seguro. Por lo menos mientras yo exista.
-¡Ay gracias! Tus palabras me llenan de esperanzas y alegría, pero creo que no has meditado bien lo que acabas de decir, o, por lo menos, no has pensado lo suficiente cuáles son las consecuencias  de tu compromiso.
-Algún día volveremos al Pico Espejo y compartiremos de nuevo un bocadillo. 
-O al Orinoco en canoa, Susi, que lo conozco.
-¿Me puedes decir qué ropa lleváis? ¿Usáis uniforme? -preguntó Susi.
-No. Cada una se pone la que quiere, pero yo no tengo, y mi amiga no me la trae limpia desde hace un par de días, por eso he tenido que usar la que me regala la gente y la que traen las Damas Voluntarias. Parezco una pordiosera.
-No pareces ninguna pordiosera. 
 ¿Qué edad tienes?
-He cumplido en julio los 50.
-Como yo, y también en el mes de julio. Qué casualidad, ¿no?
-Si, por ahora, cuatro casualidades: hemos nacido las dos, estamos vivas las dos, coincidimos en el Pico Espejo las dos, y nacimos las dos en julio de 1960. 
-Cambiando de tema, India, ¿por qué les has llamado “damas” a las voluntarias? Aquí eso suena a antiguo y noble.
-Porque así se hacen llamar ellas, Comité de Damas Voluntarias.
-¿Son una ONG?
-Efectivamente, Susi.
-Al llegar no sé si os cortan el pelo a lo militar por cuestiones de higiene.
-No, no nos lo cortan. La gente no anda sucia en el centro. 
En la habitación no tenemos servicio con baño. Nos lavamos y aseamos en duchas comunitarias sin tabiques, cortinas, ni puertas. Te diré que casi no tenemos privacidad. Yo me baño de noche, casi siempre la última. Pero la mujer más agresiva, va a mirarme cada vez que me estoy duchando. Le tengo mucho miedo. A veces, ni siquiera sé que está mirando a mi espalda porque solo me queda un sesenta por ciento de audición en uno de los oídos y, en el otro prácticamente nada, debido a un accidente en el agua.
-¿Es la persona que tiene esquizofrenia?
-Sí.
-Y tú, India, ¿qué diagnóstico oficial tienes?
-Los médicos dicen que soy bipolar.
-¿Desde cuándo?
-Desde que me lo diagnosticaron el año pasado.
-Explicado sencillamente, ¿qué es la bipolaridad?
-Es una fluctuación del estado de ánimo que va de la depresión a la manía. Pero no es esa manía de los maniáticos que se obsesionan con algo, no, es un estado de euforia en el que haces cosas que no harías estando sano, como gastar más del dinero que tienes en compras innecesarias, salir desnudo a la calle, cosas así.
-¡Jajaja¡ Yo subí casi desnuda al Kilimanjaro y también lo intenté una vez en el Aconcagua, mucho después de la ascensión “normal” que hice durante mi año sabático. ¿Eso es también una locura o una manía? Perdona si el tema no te hace gracia.
-Pero tú lo hiciste por un motivo, supongo.
-Sí. Básicamente quería saber si una persona entra en hipotermia o no en unas condiciones de altitud y temperatura extremas. 
-Bueno, las manías de los que padecen trastorno bipolar no tienen una razón que las sustente, a diferencia de tus maniáticas locuras.
-India, ¿tú tienes las dos cosas, manía y depresión?
-Tengo más que manía, depresión.
-Y si no tienes manías, ¿por qué te han puesto el cartel de bipolar -preguntó extrañada Susi.
-No lo sé. Yo no termino de aceptar ese diagnóstico. Soy un poco obsesiva, pero no maníaca, dijo India.
-¿Quién te ha puesto concretamente eso en el carnet?
-Dos siquiatras, el de Maracay y el que me ha hospitalizado aquí.
-Pues creo que te han marcado al rojo vivo con ese estigma. ¿Les dijiste alguna vez que tú pensabas que no eras bipolar?
-Sí, claro, pero no me escuchaban ni me hacían caso. Se consideran que están en lo cierto. Un paciente con enfermedad mental no está capacitado para hablar de  diagnósticos. Ellos sí, para eso han estudiado y ejercen su profesión.
-¿Nadie más puso en duda aparte de ti ese diagnóstico erróneo?
-La única que no lo acepta es mi hermana siquiatra.
-¡Ah! -exclamó Susi.
-Sí. Tengo una hermana siquiatra que vive en España -comentó India.
-Yo he estudiado fisiología humana. Pero también me gusta mucho la biología y la nutrología. Bueno, en realidad, lo que me gusta es la investigación, de lo que sea. Tengo gran curiosidad por todo. Quizás por ello no paro de hacerte preguntas.
¿Cómo es tu habitación? -volvió a interrogar Susi. 
-Solo tiene una ventana enrejada que mira al norte y no se puede abrir. La pintura gris que cubre sus marcos de hierro se comienza a abultar porque ya no es capaz de resistir ante el empuje que produce la humedad, la oxidación y el paso de los años. El gobierno lleva mucho tiempo sin realizar mantenimiento alguno de las deterioradas instalaciones del edificio, que es de principios de siglo. Un antiguo convento reformado donde los dormitorios de las monjas de clausura se habían reconvertido con cuatro brochazos de cal mal dados en celdas  para la locura.
En la habitación de seis metros cuadrados, bastante escasos, una cama de hierro con las patas oxidadas, una mesita y un armario empotrado en el grueso muro. Los catres vinieron del antiguo hospital general, cuando lo reformaron a fondo tras la llegada al poder de Chávez. Son camas estrechas y demasiado altas, fabricadas con tubo redondo  pintado de blanco, sin ángulos pronunciados para evitar, supongo, autolesiones o traumatismos y accidentes involuntarios.
-¿Y tienen cintos u otros sistemas de sujeción?
-Todas tienen cuatro correas con sus respectivas hebillas fijadas fuertemente a los barrotes de la cama -contestó India con un tono de voz triste que denotaba miedo.
India no lo dijo nunca a nadie, pero en el informe médico figura una crisis de ansiedad muy fuerte la segunda noche, después de su ingreso. Fue la única vez que la sometieron y la ataron con esas correas a los barrotes de su cama. 
Hacía calor sofocante dentro de aquellas cuatro paredes sin ventilación cuando aumentó la comezón interior. Esa especie de desazón que va en aumento y se expande hasta contagiar todos los órganos sin excepción. Se inicia con una explosión imparable de miedo que se origina en lo más profundo de la aturdida cabeza. Es muy frecuente a veces el mareo y el vómito, quizás para que así se pueda liberar esa presión que procede del interior. 
Después viene un sofoco y la gruesa culebra retorciéndose en el intersticio donde se juntan el hígado, el estómago y la base del esternón. 
Desatado el terremoto, ya no hay nada qué hacer. Ni siquiera puede a veces con él la medicación. Y más si escasea en la habitación que siempre está cerrada las 24 horas con llave, enfrente mismo de la sala de enfermería. Tras los primeros gritos y los espasmos incontrolados, llegaron los celadores.
-¡No por favor, no! Las correas no, por favor- dijo India al verlos entrar en la habitación. Pero nada pudo hacer mientras lloraba y pataleaba sobre la recia cama revolcada. Como un efecto llamada, varias enfermas también se pusieron a gritar.
Todo fue bastante rápido. Primero sudor a borbotones. Después relajación de los esfínteres. Y, finalmente, la orina caliente mojando el culo, las piernas y la cama. Y así hasta que los primeros rayos de luz de la húmeda mañana venezolana comenzaron a iluminar poco a poco el interior de la habitación. Al llegar una de las damas voluntarias con la medicación, un poco de jabón y la toalla, la liberó. 
-Por Dios India, ¿qué te ha pasado? ¿Cómo estás así? -preguntó la voluntaria.   
India no dijo nada. La noche y las correas le habían robado hasta la última gota de su dignidad y de sus fuerzas.
India miraba sin casi parpadear las manchas de humedad del techo, pasmada y ya relajada tras la horrible batalla que le había tocado perder, como casi siempre. 
La mujer aceptó de buena gana que la liberaran y también las caricias en su cara. Se levantó con la ropa mojada, cogió otra limpia y agradeció el brazo de la dama hasta los baños.
-¡En qué te has quedado India! ¡En qué te has quedado tras ser injustamente robada por esta mísera vida! -decía en sus adentros.  
¡Cuánto había cambiado desde que se encontró con Susi en el Espejo! ¡Cuánto! ¡Cuánto en tan poco tiempo! Se había precipitado todo igual que cuando cae el inestable castillo de naipes debido a un fuerte golpe en la mesa o a una imprevista corriente de aire. Y lloró de nuevo. 
Después se desnudó y se metió en la ducha. El agua la liberó de la suciedad y la vergüenza. No tenía casi a nadie que la quisiera a su lado en aquellos difíciles momentos. No quedaría más remedio que atravesar a nado, sola. Fuera cual fuera el estado de la mar y el tamaño de las olas. Tendría que nadar igual hubiese calma o tormenta. Y tener mucha esperanza mientras no despejara; mucha, mucha tranquilidad y calma. No quedaba más remedio. Había que luchar y bracear sin parar para no sucumbir y ahogar. O eso, o pararse antes de hundirse en la fría y oscura profundidad para que el agua salada inunde por completo toda la cavidad pulmonar, y ya no haya lugar para la tos ni para el vómito. 
-Tienes que luchar- se decía a sí misma India mientras el agua, ahora dulce, le caía encima. 
-Tienes que luchar. ¿Seguro que lo harás? Sí lo haré -se preguntaba y se contestaba ella misma.
La conversación de India y Susi iba a ser muy larga. Ambas lo querían así. Parece que las dos se necesitaban. 
Susi necesitaba ayudar a alguien para justificar su vacía vida. Y, de paso, para aumentar su autoestima. 
India nunca había estado tan receptiva, tan necesitada de verdadero amor y de sinceras caricias. Eran pues la pareja ideal. El imán y el metal. El llanto y la risa. La luz y la oscuridad. El frío y el calor. Lo que le faltaba a una, lo tenía la otra. Es decir, entre las dos, lo poseían casi todo. Solo había que comenzar la donación. Una lenta transfusión de vida de las venas de Susi a las de India, venciendo la resistencia ofrecida por las paredes de aquel tubo de plástico de más de 7.000 km. 
En realidad, la cosa era más sencilla de lo que parecía. Solo había que hacer eso. Abrir generosamente la espita y dejar que fluyera la vida. Voluntariamente. Sin fielatos ni peajes y sin los inservibles contratos. Abrir la espita y dejar que fluya el agua para regar los resecos campos que llevan tanto tiempo esperando y suplicando unas gotas de vida. 
Susi lo tenía casi todo. Era una persona fuerte, valiente, cariñosa, comprensible, muy sensible... 
A todo esto, se dieron las dos de la madrugada mientras chateaban. No tenían prisa alguna. Una esperaría la luz del nuevo día y la otra bucearía en la oscuridad de la húmeda noche venezolana. Aquello parecía un sueño que acaba de comenzar. Un filón de felicidad en medio de una gran meseta de minas agotadas excavadas a cielo abierto. 
Un secreto. Un tesoro inagotable que deseaban solo fuera para ellas dos. 
Había comenzado la transfusión. Algo parecido a un cordón umbilical, pero a través del satélite. 
-No hay más remedio que adaptarse a los tiempos modernos -decía India, quien chateaba sobre la cama con un pequeño teléfono móvil que le habían regalado. 
De vez en cuando se interrumpía la transfusión. Había que cambiar la batería.
-Debes acostarte, Susi, son casi las tres de la madrugada -le dijo India, aunque, en realidad, quería que siguiese haciéndole compañía.
-Sí. Ayer no dormí casi nada porque mi padre me despertó a altas horas. Al bajar a su habitación, me lo encontré fuera de ella, en el pasillo. Estaba desorientado y preocupado. Decía que se había acabado el mundo, quizás por no decir que se había muerto. 
Tuve que acostarme con él. Es la segunda vez que lo hago. De pequeña estuve muchas veces en su cama, sola con él. O entre los dos, protegida, calentita mientras afuera helaba. Ahora es él quien necesita protección, y no yo.
Por eso me da igual que se babe en la toalla que le pongo todas las noches sobre la almohada. Que haga ruido al respirar debido a la mucosidad que tiene pegada en la cavidad pulmonar. O que huela a veces un poquito a orina. Me da todo igual. Necesita mucha compañía en los últimos años de su vida, para no enfrentarse solo a los primeros golpes que da la muerte en su puerta.
 -¿Qué edad tiene tu padre, Susi?
-Cumple ahora los 81.
-¿Se vale por sí mismo? -preguntó India.
-No, India. Hace bastante tiempo que depende de nosotros para hacer muchas cosas. Tiene Párkinson, insuficiencia respiratoria causada por el tabaco, el humo de la soldadura y el polvillo del taller de zapatería. Pero aún así, disfruta de bastante calidad de vida. Duerme sus horas reglamentarias, toma una alimentación variada y sana: pescado, verduras, fruta...
-¿No pensaste alguna vez en ingresarlo en una residencia?
-Sería lo último que haría -contestó Susi de forma rotunda-. Creo que una persona mayor que lo ha dado todo, no se merece eso. Para mí, él es un objetivo y un proyecto, quizás como lo estás comenzando a ser para mí tú también.
-¿No te estarás comprometiendo más de la cuenta conmigo? -interrogó India queriendo decir que las palabras a veces se las lleva el viento.
-Comprometerse no es ninguna decisión. Es algo inevitable, creo. Otra cosa es que, después, seamos capaces de cumplir nuestra palabra.
- Mira, Susi, hay que tener mucho cuidado con lo que se hace y se dice. 
-¿Piensas, India, que este día y esta larga noche pueden ser solo el comienzo de un dulce sueño? ¿Solo una  alucinación? 
-Por supuesto que esto tendrá un final, aunque yo espero que no llegue pronto -afirmó India.
Me conformo con estar ahora bien.