lunes, 16 de enero de 2017

45. Sierra Pastilla


Susi insistió en que India entrara a la cueva.
-No te imaginas lo que te encontrarás ahí dentro -le dijo.
-¿Qué hay? -contestó India muy extrañada.
-Es una sorpresa. Entra, yo espero afuera. Toma la linterna. ¿Has encontrado algo para comer? -preguntó Susi sabiendo que la respuesta sería afirmativa, ya que India conocía muy bien todos los frutos y cosas comestibles del bosque.
-Sí. He dejado un par de mangos al lado de la fuente. Tienes que lavarlos antes de comerlos -respondió India.
-Mira la cueva y nos vamos. Te espero abajo. Yo no entro porque me excita demasiado ver lo que hay dentro -le dijo Susi.
-¿Por qué te has incomodado? -interrogó India.
-No preguntes. Tú entra y ya hablaremos. ¿Tienes miedo?
-¿Miedo yo? -contestó India haciéndose la valiente y ocultando su temor al mismo tiempo.
La mujer entró al fin en la cueva y permaneció en ella casi media hora. Mientras tanto, Susi lavó los dos mangos y se los comió. Estaban ricos de verdad, en su punto justo de acidez, y no excesivamente maduros. Al ser de "hilacha", tenían mucha más fibra que otras variedades, y eso le iba muy bien a Susi, que solía padecer estreñimiento.
-¡Susi! -gritó India desde dentro-. ¡Es increíble! 
Susi no la oía desde la fuente y las palabras de India se ahogaron dentro de la cueva. 
La mujer nunca antes había escuchado o leído de este tipo de pinturas primitivas en Venezuela, si es que realmente pertenecían a esa etapa de la historia. Susi, en cambio, conocía muchos casos en Europa y en el resto del mundo, aunque no entendía porqué no había mujeres representadas en las paredes y el techo de la cueva.
India y Susi charlaron un rato sobre el tema mientras caminaban, hasta que India cortó la conversación porque, la verdad, no le interesaba mucho lanzar hipótesis sobre algo que desconocía.
-Bueno Susi, puede que tengas razón, pero ahora debemos concentrarnos en salir de este bosque para evitar tener que pasar otra noche al raso.
-No diremos a nadie lo que hemos visto -dijo Susi.
-Está bien -contestó India.
Susi siguió insistiendo y le preguntó a India si le habían producido excitación las imágenes pornográficas de la cueva, principalmente la de la serpiente.
-No me han excitado. Me han llamado la atención -respondió India.
La persecución las había desviado mucho a la derecha de la autopista, tanto que ya se encontraban en la vertiente norte de la Sierra, de unos dos mil metros de altitud. Cualquier río que tomaran las llevaría al mar, aunque no disponían de embarcación.
Esa zona tenía fama por albergar entre la vegetación pequeños laboratorios clandestinos de falsas drogas de diseño y medicamentos en general, de ahí que la llamaran Sierra Pastilla.
De los galpones con techos de chapa oxidada salían millones de aspirinas o cápsulas de antibióticos fabricados con harina o azúcar coloreados.
En el negocio trabajaban familias enteras. Las que no disponían de troqueladoras para las pastillas, les compraban cápsulas vacías a los chinos y las rellenaban con toda clase de contenidos, la mayoría de ellos harinas fruto de la molienda.
Del resto se encargaban los envasadores y falsificadores de prospectos, quienes compraban los "medicamentos" a precios irrisorios. La escasez de bienes y la inoperancia de la instituciones existentes en Venezuela les facilitaba el trabajo a ellos y a quienes finalmente comercializaban los productos en la red, siendo esta última fase del negocio la más lucrativa.
Cuando bajaban la montaña siguiendo un río que los llevaría al mar, India y Susi se encontraron con uno de los laboratorios clandestinos donde vieron también varias canoas amarradas. 
Estaba anocheciendo.
Las dos mujeres permanecieron ocultas entre la vegetación porque se dieron cuenta de que algo extraño se cocinaba en el interior de los galpones de chapa. Era la oportunidad de salir de allí usando una de la embarcaciones. Pero Susi quiso curiosear antes.
-Quédate aquí escondida, India. Como puedes comprobar, esto no es un pueblo. Me da que aquí se realiza alguna actividad ilícita. No hay huertos, cosechas, ni animales domésticos. Solo bidones de plástico y demasiadas mulas de carga.
Susi estaba en lo cierto. En las tres cabañas se estaban rellenando cápsulas con una mezcla de harinas comestibles y colorantes naturales. Los "medicamentos" en cuestión se venderían en la red a mitad de precio, y aunque solo tendrían un efecto placebo, por lo menos no causarían efectos secundarios adversos en el organismo.
Susi se acercó con mucho sigilo a una ventana y estiró el cuello para ver lo que había dentro. En el exterior, un generador de gasolina transformaba en corriente eléctrica la gasolina. Ese ruido impedía que nadie se percatase de los movimientos de Susi.
En el interior del galpón trabajaban sentados tres mujeres y seis menores formando una cadena sobre una larga mesa.
Los niños colocaban las cápsulas en diminutas "hueveras" de madera perforadas con un taladro y las mujeres las rellenaban usando mangas pasteleras hechas con papel de periódico. Una vez rellenas con las harinas, pasaban de nuevo por las manos de los niños, quienes las tapaban con el capuchón y las metían en bolsas transparentes, y estas, a su vez, en contenedores herméticos de plástico.
Susi regresó de su incursión y habló con India sobre qué tomar prestado, si sería mejor bajar en una canoa o a lomos de dos mulas.
A Susi no le hacían gracia los rápidos que pudiera haber en el río ni que se espantaran los animales por culpa de una rana o una serpiente.