miércoles, 12 de abril de 2017

54. Les esperan disturbios en Santa Ana

Susi pagó la cuenta después del desayuno y las dos mujeres salieron de Casa Satanás.
El cielo estaba totalmente despejado y la marea baja. Mientras descendían por el empinado y ancho sendero hasta el aparcamiento de la playa, India le preguntó a Susi por qué razón no habrían asfaltado el camino hasta la entrada de la exótica posada. Susi le contestó que tampoco lo comprendía, ya que eso implicaba cribar a los clientes y tener que transportar en mula o en la espalda todas las viandas y repuestos necesarios en Casa Satanás, incluida la leña del asador.
-Se pierden algunos clientes, pero, mirándolo bien, también se ganan otros, porque este camino que asciende a la posada, visto desde Pastillana del Mar, es encantador; y cuando solamente se intuye en medio de la niebla al verse borroso o discontínuo, la posada se torna verdaderamente misteriosa y cautivadora, mucho más elevada sobre el istmo de lo que realmente está -contestó Susi.
-Tenemos que tomar un autobús que nos lleve a Santa Ana y organizar el viaje a Brasil. En caso contrario, nunca iniciaremos la búsqueda de Almir, y no digamos ya del loro y el tesoro. La verdad es que no sé porqué te has empeñado en encontrar al amor de mi vida antes de partir en búsqueda del pajarito ese. Tengo la sensación de que nunca llegaremos a ninguna parte, como también ocurría en El Castillo de Kafka -dijo India mientras iniciaban las dos mujeres el recorrido que enlaza la villa con la pequeña montaña.
Era temprano. Los primeros bañistas que llegaron comenzaron a tomar posiciones espetando las sombrillas en la arena y desplegando las tumbonas baratas de reluciente aluminio. Los niños, nada más llegar, se ponían a correr y chapotear en el agua al estar
liberados de esos tediosos e improductivos preparativos.
-¿Nos podemos quedar un ratito? -preguntó India cogiendo a Susi de la mano, frenándola e intentando retenerla.
-Ni siquiera tenemos bañador, mujer -respondió Susi.
-Da igual, nos descalzamos y paseamos al lado del agua. Venga, anímate -insistió India.
A Susi no le hacía ninguna gracia tener que quitar la arena de los pies una vez terminado el paseo, pero asintió a la petición de India. Esa era una de las cosas que más odiaba cuando no había duchas en la playa, tener que sacar los diminutos granos de arena de entre los dedos de los pies, con una toalla o las propias manos.
El mar estaba totalmente en calma, y las olas no rompían más de cuatro dedos. Como todos los domingos a esas horas, comenzaron a llegar carros y camionetas. Algunas, con seis o siete chavales y un par de altavoces en la parte trasera abierta, dispuestos a incordiar a la gente mayor con la música o la pelota. Tantos los chicos como las chicas tenían la piel bronceada y los cuerpos para comérselos. Susi se fijó en uno de ellos.
-¿Has visto el de la camiseta blanca?
-Lo he visto, pero no con los mismos ojos que tú. A mí me ha recordado a Almir, y me he entristecido.
Susi no continuó la conversación y se cayó.
Se estaba iniciando el concierto de murmullo playero, ese que tanto le gustaba a Susi para dormir sobre la arena o la tumbona.
Había veces que el ruido la gustaba más que el silencio. El rumor de la gente de los espacios públicos la relajaba y le inspiraba la misma tranquilidad y seguridad que una nana o el balanceo de una cuna.
Luego de caminar por la playa las dos mujeres llegaron al pueblo y tomaron un pequeño y desvencijado bus que las condujo hasta la ciudad donde abordaron un tren que las llevaría hasta Santa Ana.
India se sentó al lado de la ventanilla junto a Susi. Habían pocas personas. Unos dormían en sus asientos o íban con los ojos cerrados, mientras otros, los más jóvenes, miraban sus celulares con los audífonos puestos sin prestar atención a su alrededor.
El tren era antiguo y las butacas forradas en tela ya pedían un cambio, aunque eran cómodas. El aire acondicionado enfriaba bien a pesar del paso del tiempo. Un par de niños correteaban por el pasillo hasta que su madre los llevó hasta sus asientos.
Al fin India se sentía tranquila y segura. Ahora solo debía disfrutar del paisaje sin más tropiezos.
El tren comenzó la marcha muy despacio, salió de la vieja estación y comenzó a subir por la montaña entre la abundante vegetación en tanto se alejaba de la costa. Mientras cruzaban sobre el primero de muchos puentes se veía la hermosa bahía, el islote y el inmenso mar.
-Susi, siento un gran alivio por haber escapado ilesas de esa aventura. Susi? Susi? Te has quedado dormida? -dijo India sin obtener respuesta de su amiga que dormía profundamente en su asiento.
El ferrocarril se movía a poca velocidad mientras subía la cuesta. Pronto entraron en el primero de varios túneles que atravesarían durante el recorrido. Todo se oscureció. Antes de entrar, India había mirado hacia los asientos traseros y creyó ver al misterioso hombre que las siguió en la autopista, pero al volver a mirar luego de salir a la luz, el hombre ya no estaba. Sintió escalofríos, aunque pensó que tal vez estaba paranóica, por lo que se tranquilizó a sí misma. Era casi imposible que las estuvieran siguiendo de nuevo.
India se dispuso a mirar alegremente el imponente paisaje que atravezaban: cascadas, montañas inmensas llenas de ese verdor intenso que caracterizaba el trópico, ríos que serpenteaban entre los valles más abajo... Luego de cinco horas de camino y varias paradas, llegaron sanas y salvas a Santa Ana.