lunes, 28 de noviembre de 2016

30. Susi vuelve a tener la misma pesadilla


Luego de desayunar en la playa, India y Susi reposaron un rato en las tumbonas a la sombra de las palmeras mientras conversaban.
-¿Cómo fue que viniste a vivir a Perlas hace treinta años? - preguntó Susi una vez que se acostó de lado igual que India para poder hablar cara a cara.
-En esa época yo me había graduado de la secundaria y debía seguir una carrera universitaria. Mi padre era muy estricto conmigo, y yo era muy rebelde, a raíz del maltrato que sufría de su parte. Quise irme lejos y escogí estudiar biología marina en Isla Perlas.
Eran otros tiempos. La isla fue declarada puerto libre de impuestos, se convirtió en una zona pujante económicamente, además de que sus playas son hermosas y su gente cordial y muy atenta.
Los mejores años de mi vida los pasé allá. Aunque también tuve experiencias fuertes porque aún era una niña que no sabía nada de nada ni lo que quería.
-¿Y por qué te maltrataba tu padre?
-La verdad es que siempre fui muy llorona de pequeña porque mis padres tuvieron unos años que no se llevaban bien. Mi padre abusaba mucho del alcohol y mi madre intentaba por todos los medios que dejara la bebida, sin llegar a lograrlo nunca.
Discutían a diario, y a mí me afectaba mucho eso.
De niña llorona pasé a rebelde adolescente, y me escapaba sin permiso a casa de mis amigas, iba a fiestas, tomaba y fumaba.
Mi padre no encontró otra manera de corregirme  que no fuera a golpes, y me humillaba metiéndome en la ducha con toda la ropa puesta.
Aquellos años fueron muy tristes para mí, pero pude librarme al irme a vivir lejos de la casa familiar.
En la isla pasé momentos felices y tristes también. La primera noche que me quedé en la habitación que mis padres alquilaron en casa de unos españoles canarios, lloré tres horas seguidas extrañando a mis amigos de Santa Ana.
Pero también aprendí a hacerme responsable de mí misma, y conocí gente buena que me ayudó mucho. Todavía conservo amistades de esa época -comentó India finalmente antes de levantarse.
-Vamos a darnos un baño -dijo Susi tomándola de la mano.
Llegaron agarradas hasta el agua. Estaba tibia, serena y transparente.
Después se separaron, nadaron y disfrutaron el resto del día soleado. Almorzaron en la playa un delicioso pescado frito, y se volvieron a bañar hasta el atardecer.
Llegada la noche se fueron a la habitación, y se ducharon para
cenar en el restaurant.
Cuál no sería su sorpresa al ver que también estaba sentada en una mesa Yubirí. Había vuelto. La invitaron a cenar y le preguntaron el motivo de su nueva visita.
Yubirí les acabó diciendo que necesitaba saber con certeza el motivo por el cual buscaban a Martinha.
India lo pensó unos instantes y decidió contarle toda la historia de Almir. Incluso fue a la habitación a buscar una carta y su foto para convencerla.
Al mostrarle las pruebas, Yubirí les creyó la historia y les confesó que también trabajaba para la oposición. Las invitó a formar parte de su organización  clandestina, pero India y Susi le respondieron que no podían porque estaban dedicadas a buscar a Almir. Tampoco quisieron hablarle del tesoro por discreción.
Se despidieron al acabar de cenar, y parece que Martinha quedó convencida y satisfecha.
-Nos vemos pasado mañana en la isla -dijo Martinha mientras se iba alejando.
Al acostarse, Susi presentía que volvería a tener una nueva pesadilla. No estaba tranquila. Yubirí no tenía buena pinta y le daba mala espina; le parecía un personaje extraño, que ocultaba algo y, en cambio, quería saber demasiado.
Susi estaba a punto de quedarse dormía en su cama, a un metro escaso de la de India, en la misma habitación. Eso le producía tranquilidad porque sabía que en cualquier momento podía llamarla, e incluso, acostarse con ella, como ya lo había hecho la noche anterior.
Gracias a ello cerró los ojos, se quedó inconsciente y comenzó una nueva pesadilla, el segundo capítulo de la historia terrorífica que había visualizado con todo detalle la noche anterior en La Tumba, donde nadie te escucha por mucho que grites, y a la que nunca llega la luz del día. El que entra en ella solo logra salir dentro una bolsa de plástico y una maleta, reducido a cenizas.
La Tumba tiene quirófano, piscina, gimnasio con toda clase de pesas y aparatos, perrera y horno crematorio. En ella trabajan día y noche más de veinte agentes incluidos los médicos especialistas. Un siquiatra, dos cirujanos, un dermatólogo, un neurólogo y un traumatólogo.
Todos contratados para provocar el dolor más intenso e irresistible posible, administrado en forma de cóctel, como algunos medicamentos. 
El traumatólogo le disloca un brazo al terrorista o el opositor, sea del bando que sea, a un defensor de los derechos humanos o un militante de la derecha, a un izquierdista... todo depende de quien detente el poder. Sabe muy bien cómo hacerlo mientras el neurólogo pincha al mismo tiempo un ojo, o donde aun hace más daño, en el sitio que se juntan la piel y las uñas.
El dermatólogo sabe mucho sobre las lesiones producidas con ácidos u otros productos químicos. El cirujano...
De La Tumba no sale vivo nadie. Declare o no declare, sea culpable o inocente, hombre o mujer, niño o anciano.
En ella también entran  personas con sus adorables mascotas, porque el siquiatra sabe que muchas veces produce más dolor el hierro rojo en la carne del perro que en la de su dueño, especialmente si este no tiene familia ni amigos.
En La Tumba ingresan a veces madres con sus hijos pequeños o incluso recién nacidos, parejas de novios y matrimonios.
Los gritos de unos calientan los músculos y las mentes de los que les toca entrar de nuevo en las salas para los suplicios.
Las celdas donde se pasa el tiempo de los intermedios, solo tienen cuatro paredes, un agujero en el suelo y una cisterna eléctrica de botón, sin cadena. Carecen a propósito de un simple vaso de plástico con el que poder reciclar la orina. Los que quieren bebérsela para no morirse de sed antes de la cuenta, se contorsionan, o simplemente la toman en el cuenco de sus manos.
Algunos no lo soportan y prefieren deshidratarse, dándole menos trabajo al del horno crematorio.
En La Tumba nadie duerme. Cuando el reo está rendido, a punto de desplomarse, se espabila debido al miedo que tiene a rozar el anillo eléctrico que le rodea a unos centímetros toda la cintura. Pero eso, a la larga, no le servirá de nada. Más bien multiplicará y aumentará el tormento, igual que el sudor que le corre por el cuerpo cuando este recibe la descarga de electricidad.
El ser humano es el único animal que tortura para ocasionarles dolor a los semejantes. El único que lo hace con intencionalidad, llegando incluso al extremo de retrasar al máximo la muerte para que el suplicio sea más lento y prolongado.
Susi despertó de nuevo, como la noche anterior, pero esta vez no le pidió permiso a India para meterse en la cama.
Simplemente apartó un poco la sábana y, en silencio, se abrazó a ella.