martes, 1 de noviembre de 2016

15. India consigue que Franco se implique en la aventura


India había conocido a Franco hacía muchos años cuando estuvo hospedada en una de las habitaciones para miembros del Centro Universitario de Investigaciones Científicas de la Isla Perlas, en Venezuela.
Franco estaba coordinando a un grupo de ornitólogos que pretendían determinar el grado de extinción en que se encontraba el loro cabeza amarilla, endémico de la isla.
Enseguida se hicieron buenos amigos por su afición a la ciencia, y Franco le regaló una guía para identificar aves venezolanas. Fue así como India le dio uso a los binoculares que también su padre le había regalado años antes. Con ellos y la preciosa guía recorrió en sus ratos libres todos los rincones de Perlas junto a Franco y aprendió a identificar muchas aves. Y se enamoraron.

Finalizados los trabajos de investigación, India y Franco se separaron y tomaron diferentes caminos, aunque siempre se mantuvieron en contacto.
El día que Susi soñó con la reencarnación de Isidoro en loro catarú, India llamó por teléfono al prestigioso ornitólogo y concertaron una reunión para hablar sobre el asunto.
-¡Hola Franco! ¿Estás dispuesto a emprender un nuevo proyecto? - le preguntó India al encontrarse con él.
-¡Hola India! Un gran placer volver a verte de nuevo después de tanto tiempo. La verdad es que ahora que estoy jubilado tengo más tiempo libre. Tú me dirás de qué se trata.
-Ya te he hablado de Catarú y de la posibilidad de que mi bisabuelo Isidoro se haya reencarnado en él. ¿Tú crees que eso puede ser posible? -le preguntó India.
-Yo, como científico, no debería creer en esas cosas, pero hay ocasiones en las que la ciencia no tiene explicación para ciertos fenómenos, por lo que sí lo veo posible.
-Entonces, en dado caso de que el espíritu de mi bisabuelo Isidoro haya reencarnado en loro catarú, ¿tú crees que toda su memoria, sus vivencias o intenciones estarán en su cerebro? -quiso saber India.
-Lo más probable es que así sea. Catarú es un ave muy especial. Entre los loros que existen y existieron en el mundo es el más inteligente y con más capacidades de aprendizaje -le respondió Franco-. Pero, al estar extinto,  solo tenemos posibilidades de avistarlo donde fue endémico, específicamente en las riberas del Alto Orinoco, selva adentro. Eso si  no lo han matado o apresado para entretenerse con él en las fiestas, las ferias o los circos.
-¿Pero quiénes lo llevaron a la extinción? -India quería que Franco le explicara.
-Primero que nada estaban los traficantes ilegales o cazadores furtivos de animales que los buscaban vivos para venderlos a dueños de circos por sus dotes parlanchinas y su gran inteligencia. Y luego estaban los taxidermistas que los atrapaban para negociarlos a grandes y acaudalados coleccionistas, quienes pagaban una fortuna por tan rara especie de loro de aquella ya casi extinta -le explicó el ornitólogo.
Franco también le dijo a India que llevaba muchos años estudiando todos los documentos e imágenes existentes en los archivos que se referían al loro catarú y que había logrado ubicar el lugar exacto donde existió la única colonia del mundo. Además, Franco tenía muy buena mano con los baquianos indígenas yanomami, ya que el ornitólogo siempre fue respetuoso con sus costumbres y los espacios naturales en los que se movían.
-¿Será posible que Catarú haya volado desde las cercanías del río Mastranto donde murió Isidoro hasta esconderse en el Alto Orinoco, donde vivieron sus congéneres? -preguntó India muy acuciosa.
-Sí -le señaló Franco-. Pueden volar muchos kilómetros sin casi pararse a consumir alimentos usando la energía que acumulan en su cuerpo en forma de grasa. Y, lo más importante, localizar con mucha exactitud el lugar exacto del nido donde salieron de los huevos. Algo parecido al comportamiento que tienen los salmones, aunque de eso tú sabes más que yo -dijo Franco.
-Y de ser así, que encontremos a Catarú, ¿podré hacer que hable conmigo?
-Claro que sí. ¿Me quieres contar cuál es tu afán por encontrar a ese loro?
-Buena pregunta, Franco. Resulta que mientras investigaba mi árbol genealógico en Sinare, en los llanos venezolanos, mi abuela María Aurora, la mamá de mi madre, me contó sobre la existencia de un tesoro de morocotas que mi bisabuelo Isidoro enterró en un lugar de la Hacienda Los Naranjos, de su propiedad. Mi abuela tuvo una revelación en sueños en la que su papá le contaba el lugar del entierro, y queremos -mi amiga Susi y yo- desenterrar el tesoro, previa confirmación de la información por parte de Catarú. Con tu ayuda, por supuesto. Y con la condición de que repartamos el tesoro entre los tres a partes iguales -le confesó India a Franco.
-¿Pero qué tiene que ver Catarú en toda esta historia? -quiso saber Franco.
-Pues que resulta más fácil ubicar y hablar con Isidoro reencarnado en loro catarú para que nos confirme la información sobre la ubicación exacta del tesoro, que entrar a hurtadillas a la hacienda que le fue usurpada a mi abuela y adonde no seremos bien recibidos.
-¡Ah!, ya entiendo -dijo Franco más tranquilo-. Está bien, las acompañaré, solo por ayudarlas, no me interesa lo del tesoro.
-¿Cómo que no? Debes aceptar tu parte como condición para que los espíritus nos permitan desenterrarlo. -le explicó India.
-De acuerdo. Pero lo haré solo porque existe esa condición.
Finalmente quedaron en que el viaje lo realizarían una vez Susi llegara de España. Franco contactaría a los baquianos e India se encargaría del transporte, el alojamiento y la comida. Partirían desde Santa Ana en una camioneta hasta Puerto Ayacucho, donde abordarían una avioneta hasta La Esperanza, y de allí seguirían en lancha hasta el sitio donde existió la colonia catarú.
India estaba muy emocionada de que Franco hubiera aceptado el trato y, en cuanto pudo, se lo confirmó a Susi para que hiciera los preparativos del viaje e iniciar la búsqueda.