miércoles, 23 de noviembre de 2016

27. La Bestia


Almir tuvo suerte. Solo fue una rama del árbol la que le golpeó en el cráneo, pero no por la parte más gruesa, porque si así fuera, si coincidiera el impacto por la zona que está cercana al tronco, el trancazo resultaría mortal de necesidad, igual que la cogida que tuvo su compañero en la mina; rápida, sin prácticamente piar ni decir ¡ay!, sin sufrimiento ni dolor; un golpe seco y fulminante, casi como una decapitación o la desintegración que sufre desprevenido el cuerpo humano dentro de un avión al estallar en pleno vuelo.
Echado sobre la cama, Almir imaginó una muerte con el cuello sobre el cepo de madera. Y, para poder experimentarlo, se metió en la cabeza del reo desde que se había separado del cuerpo. 
La morbosidad lo llevaba a pensar cómo serían esos segundos en que los ojos ven el mundo desde otro ángulo tras rodar por el suelo la cabeza que los alberga en las órbitas, o cómo viviría decapitada indefinidamente, conectada con unos tubos a una bomba de sangre, oxigenada y purificada con un pulmón y un riñón artificiales. Una cabeza con el cuello encajado en un florero, ajena a cualquier reuma, dolor de estómago o de espalda. 
El amputado ser no tendría prácticamente gasto energético, y serían suficientes unas pocas calorías al día para mantenerlo con vida. Seccionado el cuello a la altura apropiada, hasta podría hablar, y registrarse en el libro de los récords como la persona más enana del mundo.
Esa sería una de las torturas más horribles a las que se puede someter a un ser humano, obligarlo a tener todas las facultades mentales intactas y privarlo de casi todas las físicas.
Almir pensó en todo ello porque creía que había tenido mucha suerte de no quedar tetrapléjico tras el golpe que le había propinado la rama del árbol en la mina. Acabar como una cabeza seccionada por el cuello reposando sobre un florero, o incluso sin cabeza ni cuerpo, convertido de por vida en un vegetal, no era algo que le agradara mucho siendo tan activo y vital.
Almir padecía amnesia parcial desde el día del accidente.
Recordaba cosas de la infancia y lo que le habían dado de comer el día anterior, pero había una zona muy borrosa y oscura en su vendada cabeza, el cajón donde se almacenaban los recuerdos de una larga etapa de su vida. En él también estaba el retrato, las palabras, y las caricias de India.
Almir no volvería a la mina porque ya sabía que lo buscaba la justicia y la policía. Además, debía dejar pronto el hospital para que tampoco lo detuvieran en él. 
Estaba casi todo decidido. De Brasil volaría ilegalmente a Colombia en avioneta, pues ya sabía cómo podía hacerlo,  y de la selva colombiana continuaría camino a la frontera sur de México.
Sería en ese país donde se subiría a La Bestia, el tren de la muerte, la extorsión, el secuestro, la violación o las amputaciones ocasionadas por los accidentes que se producen al caer en las vías.
Lo único que no tenía claro Almir era si cruzaría a pie el Desierto de Sonora o en bote hinchable el Río Bravo, en el improbable caso de que alcanzara la frontera. Esta última era la ruta más corta, pero también la más peligrosa para poder entrar en Texas por el estado de Tamaulipas.
Almir se llevaría con él, hasta donde pudiera, unas cuantas pepitas de oro escondidas en los tacones de las botas, o en el estómago y las tripas, en el caso de que las cosas se pusieran muy feas.
Durante su travesía, lo más peligroso que enfrentaría Almir sería el camino a pie por el sur de México, y luego viajar en el tren de la muerte o La Bestia. Miles de centroamericanos utilizan esta ruta para cruzar el país mexicano desde el sur hasta la frontera con los Estados Unidos. Así evitan las patrullas antimigración y la posterior deportación a sus países de origen, pero se corren grandes peligros. 
En la ruta de La Bestia, existen bandas criminales organizadas que los asaltan, además de enfrentarse a mafias que les cobran por viajar en el tren, y si no tienen con qué pagar los lanzan fuera, pudiendo morir descuartizados por las ruedas, o quedar con miembros amputados, sin contar que no reciben ninguna o poca ayuda una vez heridos en las vías férreas. 
Además, estos migrantes, en su gran mayoría, son secuestrados y vendidos a organizaciones ilegales de trata de personas para cobrarle rescate a sus familiares, prostituir a las mujeres o usarlos como transporte de drogas a los Estados Unidos. 
Es por todo esto que no llevan ninguna documentación ni datos de su familia, lo cual dificulta su identificación en caso de fallecer. Los muertos nadie los reclama y son enterrados en los alrededores de los cementerios mexicanos, sin nada que los identifique. Mientras tanto, sus familiares los buscan desesperadamente sin dar con ellos. 
El ochenta por ciento de las mujeres que viajan en La Bestia son violadas, o se unen a algún otro migrante ofreciendo sus servicios como prostitutas a cambio de seguridad. Eventualmente, abordan el tren niños y adolescentes que viajan solos y son víctimas de toda clase de penurias y abusos. 
Quienes se arriesgan a viajar en este ferrocarril de carga, saben los peligros a los que se enfrentan, pero la situación en sus países es tan precaria y peligrosa que se ven obligados a ello. La pobreza y la crisis económica los lleva a buscar mejores horizontes, pues temen por sus vidas al tener que decidir si se unen a los "maras", grupos armados criminales, o huir para mantenerse con vida.  
La crisis migratoria de Centroamérica es más grave que la europea, pero como no existen datos de su magnitud, se ignora. Poco o nada hacen los gobiernos para proteger los derechos de los migrantes; solo algunas organizaciones no gubernamentales se ocupan de prestarles apoyo y denunciar la grave situación ejerciendo presión en la opinión pública.  
A todo esto tendrá Almir que hacer frente si quiere llegar a los Estados Unidos.