lunes, 24 de abril de 2017

58. Leo se escapa de casa

Casi todas las tardes India sacaba a su perrito Leo a dar largos paseos por las calles aledañas a la casa, e incluso lo llevaba por los senderos del parque cercano a orillas del río de Santa Ana. Ya Leo conocía la zona y se alegraba mucho cuando se acercaban las cinco de la tarde. También sabía que los sábados y domingos no habría paseo, pues esos días la calle estaba desolada y a India le daba miedo que la atracaran los delincuentes que recorrían la ciudad en motocicleta buscando transeúntes solos y desprevenidos. 

Otra cosa eran los peligros de las manadas de perros callejeros que deambulaban buscando comida entre las bolsas de basura que rompían. Muchos de ellos habían sido abandonados por sus dueños a su suerte, ante la falta de alimentos y la carestía del pienso para animales. 

Leo no los toleraba. Por eso les ladraba cada vez que pasaban frente a la casa; y cuando se los cruzaba en sus paseos quería pelear con ellos. India tenía que sujetarlo muy fuerte por la correa para evitar que los mordiera. Sin embargo, se condolía de "los amarillos". Era una pareja de canes mestizos de color ocre  que vivían en la calle y que la vecina acostumbraba alimentar todos los días. Se apostaban una vez al día frente a la casa y tal vez por eso se hicieron amigos de Leo. 

Cuando India y Susi regresaron después de fracasar en su intento de viajar a Brasil, Leo no estaba en casa. Lo buscaron inútilmente por los alrededores. India llamó a su vecina a quien le había encargado darle de comer y sacarlo de paseo. Ella le dijo que el día anterior le dió de comer y lo dejó sano y salvo en la casa. Llegaron a la conclusión de que había saltado y se había escapado, tal vez en busca de India, pues era la primera vez que se separaban. 

Efectivamente Leo había encontrado la manera de escapar durante la noche. Al salir se encontró con los amarillos y se fue con ellos a recorrer las calles de Santa Ana. Lo tomó como una aventura, aunque lo esperaban días de miedo, sufrimiento y hambre. 

Lo primero que tuvo que enfrentar fue  una tormenta con rayos y truenos, los que lo ponían muy nervioso hasta hacerlo temblar. Los amarillos en cambio ya estaban acostumbrados y echaron a andar apurados hacia una casa deshabitada que les servía de refugio. Leo siguió tras ellos y se acurrucó a un lado a esperar que amainara el mal tiempo. No pudo dormir casi nada, mientras los amarillos roncaban a sus anchas. 

Al amanecer abrió los ojos cuando escuchó a sus compañeros levantarse y salir. Estaba cansado y triste, extrañaba a India y a su mullida cama, pero salió detrás de ellos. No quería quedarse solo. 

Los tres perros cruzaron la calle cuando el semáforo impidió el avance de los carros, y se apostaron frente a la carnicería a esperar su ración de pellejos y sobras que les daba el amable carnicero. El amarillo macho era el líder de la manada, y así se lo hizo saber a Leo cuando se le avalanzó mordiéndole el cuello para que soltara el trozo de alimento. Leo auyó de dolor, y enseguida soltó lo que tenía en el hocico y se apartó para que el otro comiera. Solamente después de que la hembra hubo comido, Leo pudo tomar los últimos pedazos de comida. 

Nunca se imaginó que tendría que mendigar alimento, cuando en su casa su dueña lo alimentaba cada vez que le reclamaba con sus ladridos. Volvió a sentirse triste y perdido. Deseó no haber salido de casa. 

Luego de comer apenas unos bocados, Leo siguió a la manada siempre en último lugar, para no ser atacado de nuevo por su líder. Tenía sueño, estaba muy cansado y olía mal. Se veía sucio y ya las pulgas habían invadido su pelaje. Si no fuera por la correa con su placa donde se podía leer su nombre y el número de teléfono de India, cualquiera pensaría que era otro perro callejero más.

Iba ensimismado en sus pensamientos cuando de repente, al cruzar la calzada, un carro a toda velocidad le pasó por encima. Sintió un golpe en su cadera derecha y rodó por debajo. Quedó en shock, tirado en medio de la calle sin poder moverse. Un señor que había visto el accidente se apresuró a levantarlo y llevarlo hasta la acera para evitar que otros vehículos lo atropellaran. Jadeaba y lloraba. Tenía el labio superior sangrante. Su pata derecha se había salido del lugar. El hombre lo cargó en sus brazos y lo llevó hasta su casa. Con el movimiento la pata volvió a calzar en la articulación, pero Leo chilló del dolor. Al menos estaba vivo y solo había sufrido un golpe.

Mientras tanto India y Susi seguían en búsqueda del perrito. India diseñó un cartel con su foto, ofreciendo recompensa. Sacaron varias copias y salieron a pegarlas por todo el pueblo. A los dos días comenzaron a recibir llamadas de personas que reclamaban el dinero a cambio de informar dónde estaba Leo, pero cuando India y Susi iban al sitio, no lo encontraban. Así pasó una semana hasta que un hombre llamó diciendo que él había dado con el perro y que lo tenía en su casa. 

India volvió a tener esperanzas de encontrar a su fiel compañero. Las dos mujeres fueron hasta la vivienda que les señaló el hombre y hablaron con él. Les contó lo del accidente y les dijo que Leo estaba encerrado en el patio. Entraron esperando ver al perrito, pero ya no estaba. Se había escapado de nuevo. 

Leo había escarbado por debajo de la alambrada hasta hacer un hoyo por donde salir. Ya afuera comenzó a caminar intentando ubicarse. 

-No conozco esta calle, nunca antes había estado por aquí -pensaba para sus adentros-. Debo ir hacia la parte alta de la ciudad donde está mi casa. 

Caminó y caminó hasta que de pronto avistó a sus amigos amarillos. Corrió hasta ellos y los saludó muy contento, dando saltos y lamiéndoles la cara. Ya estaba anocheciendo y el líder los guió hasta el frente de la casa de la vecina de India para esperar su ración de comida. Leo no lo podía creer. Había llegado a su casa. Comenzó a ladrar desesperado, cada vez más fuerte, mientras daba saltos para poder mirar hacia adentro. 

-India, estoy escuchando un perro ladrando afuera. ¿No lo escuchas?

India corrió hacia afuera, abrió la puerta, y allí estaba Leo, brincando y ladrando en la acera.