viernes, 12 de mayo de 2017

59. "La parrilla vertical"

Almir nunca supo, después de abandonar el hospital, que la policía no lo buscaba porque, en realidad, nadie llegó a denunciarlo tras los acontecimientos acaecidos la noche que lo asaltaron para robarle las pepitas de oro. Pero ello daba igual. Lo tenía ya todo preparado para iniciar su largo periplo a EEUU, donde se estaban endureciendo las medidas anti inmigración y se construía a toda prisa el muro más largo conocido que separa a dos territorios, exceptuando la Muralla China.
Se trataba de una valla metálica relativamente simple y de no mucha altura al más puro estilo nazi de los campos de concentración. Un "muro" electrificado bautizado popularmente como "La parrilla vertical" que solo se podía franquear mediante escaleras de todo tipo, eso sí, protegidas con material aislante en la zona de contacto con la valla.
Miles de diminutos y eficientes drones controlaban ya parte de la frontera con un presupuesto muy modesto. Estos vigilantes autónomos salían todos los días organizados en turnos a las órdenes de un programa informático que los mantenía siempre con sus baterías cargadas mediante energía solar en sus bases logísticas. Detectado un movimiento ilegal por parte de los "vigilantes", se activaba el despegue de los drones "bombarderos", cargados con no más de cinco litros de agua cada uno. Cuando la soltaban sobre el inmigrante en el preciso instante en que intentaba saltar con la ayuda de las escaleras metálicas, este caía achicharrado en el suelo tras recibir la potente descarga, o incluso se quedaba agarrado y pegado a la valla mientras agonizaba espasmódicamente y hacía horribles muecas.
La "parrilla" había sido denunciada muchas veces en los foros internacionales, pero nada de ello surtió efecto en la opinión pública canadiense y estadounidense. Ambas naciones estaban reduciendo el paro a porcentajes insignificantes, aunque también se levantaron las primeras voces empresariales contra el aumento de los sueldos y la caída de la competitividad.
"La parrilla vertical" y el uso de drones para su vigilancia se había adelantado varios años a su tiempo. La economía y el éxito de este tipo de control en la frontera de EEUU con México marcó un antes y un después en el uso y las aplicaciones de las pequeñas aeronaves no pilotadas.
En cuanto a las técnicas de asalto a la valla por parte de los inmigrantes, también hubo pequeños progresos técnicos y ante todo un gran negocio. Solían usar dos escaleras, una para subir y la otra para descender en territorio estadounidense. Pero algunos solo empleaban la primera, desde la que se tiraban al otro lado fracturándose las piernas, las costillas o los brazos. Y nunca escarmentaba nadie al ver cómo los buitres se comían la carne asada o se moría la gente deshidratada intentando arrastrarse en la arena con la columna partida. 
Igual que en las laderas del Everest u otras montañas de gran altura, a lo largo de la valla electrificada los cadáveres no intimidaban a quienes intentaban alcanzar el objetivo deseado, como si la cosa no fuera con ellos por ser especiales, diferentes o de otro mundo. En el Everest no se retiran los cadáveres a menos que el poder económico o la fama del muerto sean muy grandes. En esos lugares no se evacuan los cadáveres ni se recoge la basura abandonada en el Collado Sur, el estercolero más alto del mundo exceptuando la órbita terrestre.
En la "parrilla vertical", algunos cuerpos quedan agarrados a la valla y con el paso de los días y el efecto del calor, se pudren y se derrite su grasa, eso los que no estallan con la inflamación. En el Everest, en cambio, no ocurre eso. En la gran montaña quedan expuestos casi para toda la eternidad, y sus blanquecinas carnes llegan a durar más, incluso,  que los resistentes tejidos modernos.
El negocio con las escaleras, los guantes, las botas aislantes y los monos de goma cotiza al alza en los chiringuitos montados cerca de la valla. Por los buzos se llega a pagar 500 dólares, 100 por el juego de botas y manoplas, 50 por los ungüentos mágicos o las cremas aislantes milagrosas.
Con todo este material protector suben confiados los inmigrantes por la escalera y les hacen un corte de manga a las cámaras de los drones. Después llega el "electrocutador" y le hacen otro antes de que suelte el pequeño chaparrón al ignorante.
La gente tiene mucho valor. Algunos se desnudan, se embadurnan con cualquier cosa y ponen sus manos en los alambres de la valla para comenzar a encaramarse por ella arriba. Los que tienen suerte reciben una fuerte descarga que los envía ya muertos a veinte metros, pero la mayoría nada puede hacer para despegarse de las ardientes garras del diablo.