miércoles, 18 de enero de 2017

46. India y Susi roban dos mulas burreras y se meten en el Sacacorchos


Mientras Susi curioseaba entre los galpones donde fabricaban las drogas ilícitas sin ser escuchada gracias al ruido de la planta eléctrica, ya entrada la noche, se le ocurrió la idea de llevarse dos mulas de una vez y así pasar desapercibida por las mujeres y los niños que estaban trabajando dentro.
Tuvo que ir con mucho cuidado para no asustar a todo el grupo de animales. Las dos bestias estaban todavía ensilladas y Susi las llevó de ramal sigilosa y lentamente hasta el lugar donde se encontraba India escondida en la maleza.
-Ya podemos irnos -dijo Susi.
-Tengo miedo de montar -le respondió India.
-Venga mujer, que esto es más seguro que navegar por el río abajo de noche. Las mulas conocen el camino y resulta más seguro desplazarse con ellas.
-Ve tú adelante que yo te sigo, y muy despacio -le rogó India.
-No tengas miedo, que no va a pasarnos nada -dijo Susi intentando tranquilizar a su compañera.
Las dos mujeres montaron en las bestias y emprendieron la cabalgata. Las mulas encontraron el camino ellas solas en medio del bosque, y comenzaron a bajar lentamente la cuesta, como lo hacían casi todos los días del año.
El sendero era estrecho, pero las ramas de los árboles y la maleza no llegaban a golpearlas o arañarlas, ni siquiera en las piernas o la cabeza, las dos zonas del cuerpo más expuestas cuando se va de a caballo en zonas con mucha vegetación.
Como Susi ya tenía experiencia en eso de cabalgar de noche con el cielo cubierto, o totalmente a oscuras en el medio de un bosque, al poco de iniciarse la marcha supo que los animales no eran espantadizos, pero sí obedientes, mansos y nobles, es decir, las llevarían a buen puerto hasta que amaneciera, momento en que tendrían que desmontar, ponerlas mirando hacia arriba, en sentido contrario al que bajaron, y darles un golpecito en las ancas para que se marcharan por donde vinieron hasta el lugar en el que fueron secuestradas.
Eran dos mulas burreras, o burdéganos, hijas de caballo y burra, muy apreciadas en la zona por ser de menor tamaño y más fáciles de alimentar y de montar. Su altura desde el suelo a la cintura no era mucho mayor que la de un asno, y tenían la piel más peluda y dura que la de los mulos procreados por una yegua y un burro.
En el caso de que hubieran "tomado prestados" dos mulos, tendrían que estar capados, porque así son más dóciles y menos bravos.
Durante el largo trayecto, solo desmontaron en una ocasión para beber agua y proporcionarles algo de descanso a los dos animales, los cuales también bebieron y comieron hiedras que parasitan y acaban matando los árboles.
Por fin, al comenzar a clarear el día, vieron que se estaban acercando a un gran precipicio a través de un sendero que cruzaba un campo despejado y que parecía llevarlas al abismo. Una vez que vieron la pendiente y dónde terminaba, se quedaron heladas, pero no de frío. El estrecho camino serpenteaba unos kilómetros pegado a las paredes verticales y después desaparecía del mapa sin dejar rastro. Abajo de todo, la llanura y el mar Caribe.
Se dieron cuenta entonces que las canoas no hubieran sido una buena opción ya que solo debían emplearse para realizar un tramo del recorrido, o para remar río arriba y bajar la mercancía ilegal.
La situación habría sido realmente peligrosa. Una vez dentro de la embarcaciones, no serían capaces de pararlas debido a la corriente, y se precipitarían por la impresionante cascada que ya se sentía rugir desde lejos.
El ruido comenzó a ser ensordecedor, pero las dos mulas no se inquietaron ni se inmutaron y continuaron igual de tranquilas su camino. Estaban acostumbradas, y no le hicieron caso al ruido del agua ni al imán del precipicio.
Susi padecía vértigo a raíz de un transtorno auditivo, así que cerró los ojos y se encomendó a la experiencia y la sangre fría de las mulas.
Su pierna derecha rozaba a veces contra la pared, y la izquierda iba totalmente sobre el vacío. Susi cayó entonces en la cuenta de que solo era posible transportar dos bidones de mercancía en cada viaje, uno en el lomo del animal y el otro pegado a ambos lados de la barriga, dependiendo del sentido de la marcha.
A India le temblaba una pierna y los dientes como efecto secundario de uno de los medicamentos que tomaba para su enfermedad. El movimiento era involuntario y se le agudizaba cuando se ponía nerviosa.
El espectáculo era impresionante. Enfrente, la gran cascada y abajo, a escasos kilómetros en línea recta, el Mar Caribe de nuevo.
Se veía gran parte de Cuba del Sur y diminutos barracones donde seguramente se envasaban y etiquetan las drogas y medicamentos falsos.
Cada vez se acercaban más a la cascada. Cuando solo estuvieron a unos cincuenta metros, descubrieron que el sendero desaparecía y lo engullía la boca de un agujero negro.
Ninguna de las dos mujeres hicieron ademán de querer parar o bajarse de las mulas. No había suficiente espacio ni valor para desensillar. Igual que si estuvieran sobre las aguas de un río arrastradas por la corriente, se dejaron llevar y volvieron a confiar plenamente en el sano comportamiento de las dos mulas burreras.
El túnel perforado por la mano del hombre era suficientemente alto y ancho, aunque las mujeres bajaron la cabeza al entrar en él
 por precaución.
India no pudo encender la linterna porque la batería se había agotado la noche anterior.
De repente, notaron que el terreno se inclinaba y los animales herrados resbalaban sobre la roca húmeda y lisa.
Las mujeres se asustaron y se agarraron fuerte a las sillas temiendo caerse de bruces hacia adelante. No sabían a dónde conducía el pasadizo y el tiempo que permanecerían en su interior.
La humedad era casi absoluta y, de vez en cuando, les caían gotas de agua en la cabeza.  

También había murciélagos. Susi notó en su piel las corrientes de aire que provocaban al pasar. Seguramente eran vampiros, unos bichos aprovechados con cara de pocos amigos que las pobres mulas conocían muy bien.
-Tranquila, Susi, no se meterán con nosotras aunque, por si acaso, pégales un manotazo si ves que quieren pegarse a la piel.
India también le dijo a Susi que había muchos en Cuba del Sur, principalmente los que tienen las alas blancas.
-Estos deben ser "patas peludas", dijo India mientras intentaba apartarlos como podía de su cara.