miércoles, 9 de noviembre de 2016

19. Susi aterriza en Caracas


El vuelo procedente de Santiago de Compostela (España) tomó tierra a las 16 horas en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía, Caracas, tan solo 15 minutos más tarde del horario previsto.
Aunque aún no se habían abierto las compuertas para poder acceder por el túnel a la zona de recogida de las maletas, Susi ya notó desde el interior el ambiente pegajoso de un país tropical.
Eso, mezclado con las llamadas de la oposición a la desobediencia, le provocaron una extraña e incómoda sensacion.
Susi sabía qué día entraba en el convulso país, pero no cuando regresaría al suyo.
Incluso temía por su vida en el caso de que las manifestaciones de protesta se convirtieran en revuelta general, y los disturbios fueran cebados desde el extranjero con armamento.
Si la cosa empeoraba, se podían levantar barricadas en las entradas de las ciudades, o intentar cortar las comunicaciones terrestres mediante sistemas empleados por la guerra de guerrillas.
Pero Susi temía mucho más por la vida y el destino de India.
Susi, al fin y al cabo, podía correr cerca de 100 km al día y ayunar al tiempo que realizadaba ejercicio.
Pero ella, la desamparada India, tendría que conformarse con abandonar la ciudad caminando, quizás integrada en una larga columna de gente desplazada. O, incluso, deportada, pisando barro y cargando un pesado fardo en la espalda, en cuyo interior no suele llevarse comida, sino ropa que solo sirve para pasar la noche y proteger algún frágil recuerdo de los golpes en el camino.
Al levantarse del asiento para salir del avión,  cuyas turbinas aún seguian girando, Susi comprendíó que afrontaba una gran aventura.
Debía buscar el único loro que quedaba de una especie ya extinta,  en un país al borde del caos y la extrema miseria. Al mismo tiempo también tenía que  ayudar a India a superar su enfermedad. Y, previamente al viaje por el Orinoco, ambas tendrían que volar a Brasil para dejar cicatrizada la herida de Almir, su príncipe desaparecido y dado por muerto.
Todo ello era lo que le esperaba a Susi afuera del avión, en un país al que viajaba por primera vez y al que habían cancelado los vuelos casi todas las compañías aéreas internacionales más importantes.
Además, debía correr el riesgo de que le abrieran la maleta y le requisaran toda la comida liofilizada que llevaba para la expedición por el Alto Orinoco.
Los sobres de alimento deshidratado y unos chorizos de la matanza que llevaba para que los comiera India, solo ella.
Afortunadamente, a Susi no le abrieron la descomunal y abultada maleta.
Ahora tocaba cambiar los euros en el mercado negro y llamar un taxi para el largo viaje. Y con mucho tiento.
No quería que le pasara lo mismo que hacía años en Bolivia cuando se encargó de buscar el vehículo que la llevaría a ella y a unos amigos hasta la falda del Illimani para escalarlo.
De aquella quiso ahorrar unas monedas y cometió el error de contratar un trasto viejo al mando de un tipo que no tenía ni un centavo en los bolsillos. Y así les fue a todos.
Al final fueron tres paradas en los talleres del camino, 10 o 12 atascos del carburador, solucionados sobre la marcha en el trayecto. Un mínimo de seis repostajes de un máximo de unos tres litros cada uno.
Y, lo que es peor, todo con la cara y la ropa llena de polvo que entraba por las puertas y la zona del cristal trasero, donde el coche solo llevaba un plástico precintado con cinta americana.
Parecían negritos con los ojos y los dientes blancos destacando sobre el fondo de las caras maquilladas con una mezcla de sudor y polvo marrón del altiplano.
Gerardo se meaba de risa cada vez que Javier le recriminaba a Susi su actitud ahorrativa. Y cuánto más se mofaba, más le relucía su envidiable y ordenada dentadura en medio de aquella tiniebla de polvillo y fuerte olor a gasolina procedente del motor.