viernes, 25 de noviembre de 2016

28. Papá, los chorizos asados, el cable y la papilla de plátano


India  y Susi continuaban avanzando en la autopista hacia el norte en busca de la hermana de Almir, a la que esperaban encontrar para que les diera alguna pista sobre el paradero de su hermano minero afectado por la fiebre del oro.
El primer embotellamiento fue largo.
Estaban en la cola y escucharon por la radio una estación que avisaba sobre el estado del tráfico en esa autopista.
Anunciaban que una poblada había invadido la vía para intentar saquear dos gandolas de cervezas y otras con alimentos.
Hacían un llamado a las autoridades porque esa muchedumbre también podría atracar a quienes estaban en los carros detenidos.
India y Susi escondieron casi todo el dinero y los celulares, dejaron algo en las carteras para entregarlo a los asaltantes y así librarse de que les robaran todo lo que llevaban pistola en mano.
Llegó la Guardia Nacional y persiguieron a los delincuentes. La poblada ya había saqueado un camión de cervezas y otro de harina de maíz. Los Guardias no daban abasto y disparaban al aire. Los saqueadores corrieron.
Una vez recuperadas del susto, India y Susi comenzaron a hablar de nuevo sobre sus cosas, con el auto parado. El asunto parece que iba para rato. Tenían que esperar a que retiraran un camión averiado tras el asalto, y recoger su mercancía esparcida por el asfalto.
No tenían prisa. Aunque llegaran tarde, solo debían recoger las llaves en la recepción y abrir la cabaña reservada en pleno Mar Caribe, a tan solo doce kilómetros de lsla Perlas.
-Ya me has comentado alguna vez que no tienes buenos recuerdos de tu infancia -le dijo India a Susi esperando que le continuara contando.
-Los malos son muchos más.
Yo soy la menor de dos hermanas. Nacimos y estuvimos viviendo nuestros primeros años en una cuenca minera de carbón.
A esos polos de actividad acudieron muchos gallegos en la década de los sesenta, casi todos aquellos que en la primera fase del éxodo no se marcharon a Madrid, al País Vasco, Cataluña, Francia, Suiza, o Alemania -dijo Susi acordándose de aquella gran avalancha migratoria.
Extraer carbón nunca fue rentable en España debido a su baja calidad y a los elevados costes de la perforación subterránea.
Pero la industria siempre estuvo subvencionada por varias razones a lo largo de la historia.
Al principio eran los propios políticos los propietarios de las minas, y después, fue el Estado quien tenía miedo a desmantelarlas por las revueltas y protestas que se podían desatar contra el régimen franquista.
-Mis padres se establecieron en una cuenca minera porque en ella corría más de dinero que en la aldea atrasada y aislada de montaña en la que se conocieron y casaron.
En poco tiempo levantaron una casa de planta y piso de dos aguas. Trajeron del pueblo las vigas de castaño 
y compraron el resto de los materiales en almacenes diferentes, para poder respirar un poco y espaciar así los pagos.
Criaban y sacrificaban  todos los años un cerdo, como en casi todas las casas vecinas -dijo Susi sin que la interrumpiera India durante un buen rato.
El padre de Susi trabajaba de empleado donde podía. Cargó grava en el río y amasó cemento en la central térmica. Al mismo tiempo arreglaba zapatos en un pequeño alpendre contiguo a la cuadra donde se cebaba el puerco, ambos en el patio trasero de la casa.
A Susi le gustaban con locura los martillos y las puntas. Jugar con ellas y clavarlas en las patas de la mesa de trabajo mientras el zapatero hacía que no veía.
Quería a su padre y sentía por él gran devoción. Cuando la llevaba a la huerta en el manillar de la  bicicleta era la niña más feliz del mundo.
Pero esos paseos se terminaron pronto al emigrar el padre de Susi a Alemania.
Aunque quedaban con ella su madre y su hermana, la niña de tan solo cinco años no superó esa separación, y tampoco recuperó el amor y el cariño paternos que le habían faltado durante tantos años.
-El cariño perdido en la infancia nunca se recupera como si fuera la cola de una lagartija, aunque sí se puede secar la herida acompañando a nuestros padres los últimos años de sus vidas, cuando ellos pasan a ser los niños.
Mi papá se marchó a Alemania cuando yo solo tenía cinco añitos -dijo Susi reprimiendo a duras penas las lágrimas.
En la estufa de la zapatería, el padre de Susi asaba a veces un par o tres de chorizos entre las brasas.
Primero los rociaba con un poco de vino para que no se quemaran envueltos en un papel de saco o de periódico. Después los tapaba con ceniza y encima les ponía las brasas. De esta manera no se carbonizaban.
Cuando el padre de Susi dejó de asar embutido y llevarla en el manillar de la bici a la huerta, la niña, aunque quedaba acompañada, supo lo que era la  soledad.
A mayores de eso, recordaba con gran exactitud muchas cosas. Una de ellas, la más terrible, es la imagen que conservaba de su hermana revolcándose en una charca, presa por un cable de la luz caído del tendido.
Fue una tarde fría y oscura de invierno. Llovía mucho y el viento había tirado un hilo al camino.
Su hermana venía corriendo de la escuela con la cartera de cuero sobre la cabeza; mirando nada más hacia el suelo.
Cuando se dio cuenta, ya tenía las manos pegadas a la verga del látigo eléctrico. No había remedio. O alguien la sacaba, o moriría allí tirada en la charca enlodada.
Debido al fuerte viento, la linea tensaba y aflojaba el cable caído, y la niña, inconsciente, llegaba incluso a separase del suelo cada vez que hacía contacto con el agua. Las mujeres gritaban y gritaban sin ser capaces de hacer otra cosa mejor, hasta que llegó un hombre, el ángel de la guarda de mi hermana, y se quitó la chaqueta para estirar de ella con el forro seco de la prenda.
La niña de seis año se salvó, pero su vida cambió a raíz del accidente. Se hizo más vulnerable, insegura y miedosa durante muchos años, hasta que se recuperó.
El sabor de la papilla de plátano es uno de los mejores recuerdos que guarda Susi de la primera etapa de su infancia, cuando vivió en la gris y sucia cuenca minera. La naranja y el plátano estaban muy caros a principios de los sesenta en España.
Susi recuerda que su madre le daba esa rica papilla a la hora de la merienda y, como mucho, una vez a la semana: galleta tostada, plátano y zumo de naranja, todo bien esmagado con el tenedor.
-Es una pena que ahora ya no sepan y huelan las cosas tan bien como antes, como la merienda que me daba mi madre. Además, creo que tenemos  demasiadas; habría que hacer un poco de limpieza -le dijo Susi a India mientras ponían de nuevo el carro en marcha-. Por cierto, ¿sabías que la primera vez que me subieron a un coche la experiencia me pareció un milagro?
-¿Porque? -pregunto India.
-Era tan pequeña que no alcanzaba a ver nada por la ventanilla e iba  sentada en el asiento trasero. Más o menos sabía la distancia que habíamos recorrido, pero me pareció una cosa imposible haberlo hecho en tan poco tiempo, algo increíble.