martes, 13 de septiembre de 2016

5. Sin rumbo fijo

India salió  del hospital con su pequeña maleta en la mano y se detuvo un momento en el rellano de las escaleras.
Casi no sabía caminar en el exterior y el sol de la mañana le molestaba en los ojos, como si hubiera estado largo tiempo recluida en una cueva.
Mientras India bajaba los cuatro escalones, Miriam también descendió de su carro y se acercó a ella.
-Hola amiga, ¿cómo te sientes? -le dijo-. Te he estado esperando más de media hora. ¿Por qué no salías? Ven, móntate, que nos vamos.
-Cosas burocráticas del hospital, ya sabes -respondió la mujer.
Al recorrer el camino,  India fue pensando que  no tenía ni idea de cómo orientar su vida de ese momento en adelante. Solo quería volver a la normalidad, a disfrutar de su cuarto, su cama, su TV, su jardín, su intimidad e independencia.
Cuando llegaron a la casa, India notó que todo seguía tal como lo había dejado al marcharse, aunque las plantas estaban un poco mustias y hacía falta recoger las hojas secas del jardín.
Lo primero que hizo fue dejar la maleta sobre su cama. Y, antes de ir a darse un baño, se estiró sobre ella y se quedó pasmada unos minutos con los ojos abiertos, casi sin parpadear ni  respirar profundamente, mirando a las telarañas   que habían tejido aprovechando su ausencia.
India hizo un recuento de cómo se sentía cuando la hospitalizaron hacía dos semanas y su estado emocional y mental de ahora, y se dio cuenta de que había mejorado mucho. Ya no lloraba ni tenía pensamientos suicidas. Le había hecho bien estar ahí, a pesar de todo, aunque no cambiaba la comodidad de su hogar por otro sitio.
La semana siguiente estuvo ocupada limpiando y poniendo en orden sus cosas, a la vez que intentaba hacerse una idea de qué podía hacer para ganar un dinero extra que la ayudara a cubrir los gastos. Desde que tomaba tanta medicación, buena parte de la plata que todavía recibía de su sueldo al estar de reposo médico, la tenía que gastar en medicinas. Y gracias que, al menos, todavía podía percibirlo.
La medicación le mantenía equilibradas las emociones y pasó varios meses haciendo ponquesitos y tortas que vendía en la tiendita de su vecina. Además, se dedicó a asesorar estudiantes universitarios en sus trabajos de investigación.
Mientras tanto, seguía de reposo médico, pues no podía someterse a situaciones de estrés que la desequilibraran nuevamente, pero eso no lo entendían los empleados de recursos humanos de su oficina. La acosaban laboralmente presionándola para que renunciara, hasta que finalmente la botaron.
India se sentía muy sola. Alejada físicamente de la familia y aislada socialmente. Solo contaba con tres amigas que la visitaban regularmente, y con su vecina. Recordaba con nostalgia las conversaciones que mantuvo con Susi durante su hospitalización, pero que poco a poco se fueron espaciando en el tiempo hasta que no volvieron a llamarse. India tenía mucho de qué ocuparse para poder subsistir, y Susi estaba inmersa en su rutina diaria y sus extravagantes aventuras.
India, con el apoyo de una de sus hermanas, logró construir una pequeña vivienda anexa para alquilar y tener un ingreso económico más, pero se hacía difícil su situación  porque comenzaron a escasear los alimentos y los artículos básicos necesarios, y ya no le alcanzaba el dinero.
A veces pasaba una semana entera comiendo solo caraotas con arroz.
Le faltaba plata para pagar los servicios públicos de la vivienda, y las cuentas se iban acumulando hasta que no tuvo otra opción que mudarse de ciudad a la casa familiar a vivir con una de sus cuatro hermanas.
Lo estuvo pensando mucho tiempo antes de tomar la decisión, porque había vivido sola desde que tenía 18 años, excepto cuando estuvo un año de casada, y no iba a ser fácil acostumbrarse a volver con la familia.
India vivía en una casa muy bonita con techo de madera a dos aguas, pisos blancos de cerámica, ventanas panorámicas, un patio con huerto, y un jardín pequeño pero con muchas plantas que la deleitaban en las mañanas con el frescor y el canto de las aves, y en el que pasaba horas enteras dedicada a su cuidado.
Disfrutar de su casa le daba mucha paz y tranquilidad. Además, tenía a disponibilidad, a escasos metros, un parque de 600 hectáreas en el que caminaba por las tardes.
Disponía de una enorme biblioteca con cientos de sus libros preferidos, muchos de los cuales aún no había leído. Cada detalle, cada cuadro y cada adorno que decoraba su casa, tenían una historia que contar que le daba un sentimiento de pertenencia a lugares y personas queridos.
No quería desprenderse de su hogar. Antes de tener su propia casa, India se había mudado veintiocho veces, cambiando siempre de lugar de residencia. Y esa era la primera  que disponía de una vivienda propia, por eso no la quería dejar. Pero ya se avisoraban tiempos difíciles en el país por la inflación y la escasez, y ella no tenía manera de afrontarlos sola esta vez. Siempre se había sentido orgullosa de su capacidad de trabajo y de superación en la vida, pero ahora las circunstancias adversas la estaban venciendo. Tendría que mudarse de su casa y buscar refugio con su familia.
Tomó la decisión una noche luego de conversar por teléfono con su hermana Ángela, y al día siguiente comenzó a recoger en cajas de cartón lo que se llevaría en la mudanza. Regaló a una biblioteca pública más de quinientos libros, se deshizo de  mucha ropa y zapatos que no usaba y dejó lo esencial, aunque se dio cuenta de que necesitaría un camión para trasladar todas sus cosas.
Pero no pensó en que no tenía suficiente dinero para pagarlo y finalmente tuvo que meter todo en un cuarto para llevarse solamente lo que cupiera en el carro de su hermana. Así, India dejó atrás casi todo lo que había construído en su vida, para comenzar de nuevo, muy ligera de equipaje.