martes, 10 de enero de 2017

42. Sábanas con olor a campo


Susi ya no tenía fiebre y ningún órgano interno inflamado.
Se levantó de la cama a las nueve de la mañana y se acercó a la pared donde estaban los tres cuadros, dos ligeramente desnivelados. Los colocó perfectamente paralelos al suelo, y después los examinó atentamente a una distancia de dos cuartas.
Eran unos acrílicos pintados de manera fresca y sincera. Tres escenas nocturnas muy parecidas de una playa solitaria.
Todas con un cielo estrellado centelleante.
Las tres firmadas por Marisol.
Susi tocó los cuadros con las yemas de los dedos y leyó con su piel las arrugas de la espuma de las olas, y la arena moldeada por el vaivén del agua.
Después Susi palpó una estrella, girando circularmente, en el sentido de las agujas del reloj, suavemente, sin prisa, igual que le acariciaron una vez a ella su sensible clítoris, mientras la miraban fijamente a los ojos. Una sola vez le hicieron eso al mismo tiempo que se sentía amada de verdad. Ocurrió con el hombre que la seguía esperando en España, un caballero que tenía solo estudios primarios, muy sencillo, de comportamiento instintivo, fiel, carente de celos, sensible, natural, desinteresado por los pensamientos transcendentales y existenciales que tanto preocupaban a India, e incapaz de engendrar hijos debido a una enfermedad.
Manuel era un tipo único y excepcional, alguien a quien resultaba totalmente imposible hacerle daño o engañarlo.
Susi no se había enamorado de él cuando lo conoció. Pero lo quería cada vez más porque, a medida que pasaba el tiempo, iba descubriendo que sus grandes virtudes se mantenían y nunca se desinflaban, y compensaban ampliamente sus defectos, los cuales no engordaban ni aumentaban en número, o incluso se corregían.
Manuel esperaba pacientemente a Susi cuando ella se marchaba a escalar una montaña o remar sola en alta mar.
Susi se había hecho famosa por ser la primera persona que le había dado la vuelta al mundo en kayak-trimarán propulsado mediante pedales y hélice. Además, empleó en esa gran travesía un equipaje muy limitado. No había usado teléfono satelital ni desaladora, aunque sí un sistema de geolocalización que le permitía emitir una señal de emergencia para poder ser rescatada.
En la vuelta al mundo había decidido voluntariamente no transmitir ni recibir ningún tipo de información mientras navegaba, para poder experimentar así cómo fueron las travesías marítimas de los exploradores pioneros. Con Manuel sí se comunicaba cuando tocaba tierra, pero siempre lo hacía con cartas manuscritas que redactaba sobre papel de calco en alta mar, y formaban parte de su cuarderno de bitácora. 
Susi quería enfrentarse a la verdadera soledad, una situación en la que nadie hay a tu lado para que te escuche, y con nadie puedes hablar, exceptuando los animales, Dios, el mar, el cielo, las estrellas, contigo mismo...
Los dos flotadores laterales del trimarán tenían un total de diez depósitos independientes con los que se podían transportar hasta doscientos litros de agua dulce. Entre el cuerpo central de la embarcación y los laterales, dos plataformas acanaladas se encargaban de recoger el agua de lluvia cuando las reservas bajaban de los sesenta litros, cantidad con la que Susi podía aguantar un mes de travesía. Los primeros litros caídos no se aprovechaban, ya que su concentración salina era muy alta al lavar el agua las superficies acanaladas de las plataformas de recogida.
Esa vuelta al mundo fue una dura prueba para Susi y Manuel. Aunque no tenían hijos ni otras responsabilidades familiares en ese momento, a Manuel le costaba entender que Susi renunciara a su compañía para estar durmiendo en alta mar tantos meses seguidos, con la piel llena de heridas provocadas por el sol, la sal, y una higiene deficiente. 
Manuel no entendía que a Susi le gustara descansar o dormir solo un par de horas cada cuatro de navegación, mientras la mujer soñaba con las caricias, los besos y el sexo de Manuel, algo a lo que había renunciado sabiendo que lo echaría de menos. 
Y, la verdad, tampoco Susi entendía porqué ella se podía separar tanto tiempo de él. Al mismo tiempo que pedaleaba cuando el mar estaba tranquilo y el cielo estrellado, Susi sentía el olor a sábanas recién recogidas de los alambres del prado. El sol y el viento se encargaban de secarlas; y las esencias del bosque, las plantas y flores, o la hierba recién cortada; de perfumarlas.
Susi y Manuel nunca usaban suavizante porque así sentían en el lecho esas fragancias naturales. Les gustaban las sábanas un poco ásperas, para notar el placentero masaje del tejido embravecido los dos primeros días una vez hecha la cama con ellas.
Susi quería alejarse de vez en cuando para estar cerca de Manuel. Quería no verlo durante un tiempo para después apreciarlo y disfrutarlo tal cual es. Soñar con él. Poder convertir ese sueño en una bella y palpable historia real. 
Susi quería despedirse de él en el puerto, en la estación de tren o autobús, en los aeropuertos... porque así se puede amar y abrazar con mayor intensidad, pasado un tiempo, al regresar.