lunes, 23 de enero de 2017

48. Susi recuerda lo poderosa que puede ser una parrilla


Las mulas burreras eran obedientes de verdad. India y Susi miraron dos veces para atrás para ver si se paraban a pastar o continuaban el camino de regreso, y en ambas ocasiones pudieron comprobar que no hacían ninguna pausa y que iban a buena marcha antes de meterse de nuevo en el túnel. Seguramente esperaban su ración de maíz, aunque en esta ocasión eran las dos mujeres las que debían haber pagado el porte o la pensión alimenticia de la jormada, y de hecho, así lo hizo Susi poniendo algo de dinero en un sobre que introdujo en una de las dos pequeñas alforjas de la montura.
Poco a poco India y Susi se iban acercando al pueblo de pescadores y falsificadores de drogas y medicamentos.
Antilla del Mar se llamaba, aunque todo el mundo lo conocía por Pastillana del Mar, y en cierta manera, a Susi le recordaba el nombre Santillana del Mar, la villa española de las tres mentiras, porque no es santa, llana ni tiene mar.
Antilla del Mar era un lugar muy especial. Constaba de una gran urbanización continental relativamente moderna que había medrado a costa de la actividad ilegal, y una isla despoblada unida al continente por un estrecho istmo en la que solo había un hotel. Nadie quiso construir en ella debido a las habladurías.
-Me gustaría pasar la noche allí -dijo Susi señalando el bello lugar con el índice.
-Primero tendremos que comprar algo de ropa en la primera tienda que encontremos -contestó India.
-Traemos una pinta que mete miedo, y olemos a una mezcla rancia de sudor nuestro y de caballería -dijo Susi riéndose y mirando a India de arriba a abajo.
Las dos mujeres encontraron un comercio de ropa de batalla, y entraron porque no necesitaban moda ni alta costura, aunque si la quisieran, difícilmente la encontrarían en un pueblo tan
 extraño como Antilla del Mar.
Susi sabía que en la isla solo había un hotel, la famosa Casa Satanás, lugar de pernocta y encuentro de investigadores de lo paranormal, tipos excéntricos amantes del morbo, parejas que quieren una noche de boda especial o masocas del miedo que pagan lo que sea por experimentarlo fuera de una sala de cine.
Compraron ropa interior, un par de pantalones y cuatro camisetas holgadas. Y para transportarlo todo, una mochila de colegial que rápidamente se puso Susi en la espalda, porque eso le traía muy buenos recuerdos. Notar dos cintas o correas presionando los hombros le hacía recordar emociones y olores de su niñez, y la primera vez que la llevaron de excursión a la montaña una vez que se trasladó a vivir a una gran ciudad.
Fue al monte con los padres de una amiga suya, y buena la hicieron cuando le pusieron la parrilla de asar la carne en la espalda con unas simples cuerdas de esparto que hicieron de hombreras.
Gracias a la parrilla y al encargo que le dieron, Susi tuvo oportunidad de hacer de porteadora de la misma manera que lo había visto en algún documental o en las páginas de las revistas.
Transportar algo en la espalda por una cuesta arriba le parecía una gran aventura, una proeza y una victoria del hombre sobre la salvaje e inaccesible naturaleza.
Cuando llegaron al lugar donde harían el fuego para asar la carne, se sintió orgullosa de lo que había hecho, y tan fuerte o más que el resto de los adultos, para quienes aquel gran acontecimiento en la vida de Susi pasó desapercibido.
Al bajar de la ladera de la montaña, volvieron a tomar el mismo tren de cercanías que los había traído.
Susi nunca supo por qué, pero el ferrocarril la ponía loca de placer, le parecía extraordinario que una cosa tan grande y pesada pudiera abrirse paso en medio de cualquier tipo de terreno gracias a los raíles que imaginaba en su cabeza, pero que no podía ver cuando iba dentro de él. Le gustaba mecerse con el traqueteo, sentir en todo su cuerpo los cruces y los cambios de vías, entrar y salir de los túneles, quedarse dormida de día y despertar de noche, ver el trajín de gente en las estaciones, los abrazos y las lágrimas, las prisas, las despedidas gestuales desde las ventanillas...
Susi soñó muchos años con el tren, con una locomotora que avanzaba sobre todo tipo de terreno una vez que desaparecían las vías debajo de las ruedas de hierro, sin descarrilar sobre los caminos de tierra o incluso campo a través.
-Despierta, Susi. ¿En qué estás pensando? -le preguntó India al verla tan embobada una vez que se puso en la espalda la mochila de colegial llena de ropa.