martes, 27 de septiembre de 2016

10. India cuenta que hay un gran tesoro enterrado


María Ignacia, la tatarabuela de India, era una indígena yaruro que emigró de las riberas del río Mastranto arriba para establecerse en la localidad de San Carlos de Simare, en los llanos venezolanos.
Su pareja era Francisco (Pancho) Contreras, un español emigrado que vivía en la misma ciudad.
María Ignacia era indomable.
Según las historias que recopiló India en el llano hace algunos años cuando investigaba sus propias raíces, se dice que María Ignacia orinaba parada, iba en canoa a todas partes, y era buena con el arco y la flecha. Muy buena. Tanto que  cazaba garzas para quitarles las plumas y venderlas.
En lo referente a mear de pie, tenía mucha práctica y experiencia. Simplemente abría las piernas y levantaba las faldas con una mano. Con la otra separaba los labios menores de la vagina para poder orientar el chorro hacia donde quisiera. Y tenía gran precisión, incluso  más que los varones.
Los que la conocían decían que era capaz de acertarle en uno de los ojos a un sapo, un ratón o una peligrosa serpiente. Y que cualquiera de ellos se retiraba al notar el calor y el escozor proyectados a tanta presión y con tan mala intención, mientras a ella no le corría ni una sola gota de orina por las piernas.
María Ignacia tuvo doce hijos, entre los que se contaban Isidoro, el bisabuelo de India, y el famoso arpista conocido en toda Venezuela, Ignacio "Indio Figueredo". Ambos hermanos eran inseparables y además compartían amistad con un llanero de los esteros de Pariaguán, Dionisio González, quien los acompañaba cada vez que se armaba una fiesta llanera en alguno de los pueblos de la región. Pancho Contreras, Dionisio y los músicos que acompañaban al Indio Figueredo, se hicieron grandes compañeros de parrandas.
Estas fiestas solían durar tres días seguidos con sus noches, por lo que María Ignacia Figueredo salía en su bongo a buscar a su marido por los pueblos de las riberas del río Simare y, cuando lo encontraba, lo traía a rastras hasta la casa una vez que lo sacaba de la canoa con todo su cuerpo convertido en peso muerto.
Dionisio González conoció a María Aurora Montalbán, porque era hija de Isidoro y de Eduarda Montalbán. Al ser nacida fuera del matrimonio, no llevaba el apellido Figueredo. Se enamoró perdidamente de ella, y años después se casaron.
Por su parte, Isidoro amaba entrañablemente a Eduarda, la madre de María Aurora y bisabuela de India, y vivía con ella en la hacienda de 5.000 hectáreas y 3.000 cabezas de ganado que le legó al morir. Eduarda, por cosas del destino, no la pudo disfrutar. Como tampoco disfrutó las monedas de oro que se acuñaban antiguamente llamadas morocotas, y que dejó Isidoro al morir. Como no existían bancos en los campos, la gente acostumbraba enterrarlas bajo tierra en las haciendas. Isidoro había reunido una gran cantidad de morocotas, producto de su trabajo duro en la hacienda y de la venta del ganado.
En el lecho de muerte, Isidoro estaba en el fundo Los Merecures con Eduarda. Quería contarle antes de morir dónde había enterrado las morocotas, pero en la casa de la hacienda estaban también los hijos y sobrinos de Isidoro, esperando noticias sobre las morocotas, y no dejaron ni un momento a solas a la pareja, hasta que Isidoro dio su último respiro.
Eduarda preparó todo para el viaje de varios días con el fin de trasladar el cadáver hasta la capital para ser enterrado.
Al regresar al fundo Los Merecures, se encontró con que todos se habían marchado, no sin antes derrumbar las paredes de la casa de adobes buscando el tesoro, pero no lo consiguieron. Nunca se encontraron esas morocotas.
Muchos años después, India, al hacer un trabajo de investigación cultural sobre sus ancestros, entrevistó a su abuela María Aurora Montalbán de González, quien ya había emigrado hacía muchos años al centro del país. María le contó la historia, y le dijo: 
-Hija (nieta) yo justamente anoche soñé con mi papá Isidoro y me contó dónde estaba enterrada la botija... Y si usted es la única de la descendencia de nosotros que anda detrás de esas historias, es porque esas morocotas son para usted. Vaya y búsquelas. 
Y así fue como India supo dónde buscar las morocotas. Ella es la única de la familia a quien su abuela le confió el lugar.
Varios meses después, India planificó un viaje para ir a buscar las morocotas, y contrató a un chofer que la ayudaría a desentetrarlas, pero no pudo llegar al sitio del entierro. El carro se dañó misteriosamente.
Ya ella había escuchado que no es fácil desenterrar una botija con monedas de oro. Se te presentan muchas dificultades que debes superar hasta lograrlo, porque esos entierros, según le había contado su abuela María Aurora, eran custodiados por seres del más allá.
-¿Por el diablo?- le preguntó Susi a India.
-No, por espíritus.
-Me gustaría ir a por ellas- dijo Susi.
-¡Seríamos multimillonarias! -agregó India.
-¿Te dejaron algún mapa?
-No - respondió India.
-¿Solo tienes las coordenadas de un sueño?- le inquirió Susi.
-Sí, solo señales- dijo India.