lunes, 14 de noviembre de 2016

22. Almir tiene un accidente en la mina


India esperaba en el sofá a que Susi llegara desde Maiquetía, y se quedó medio dormida. Imaginó que los zancudos, la humedad y el calor sofocante de la selva no dejaban dormir al pobre Almir.
Y, efectivamente, así era. Su piel estaba llena de picaduras que le causaban escozor. En la noche se escuchaban los ruidos de los animales que pululaban alrededor de las barracas de los garimpeiros, y también sus ronquidos, lamentos o pesadillas. Muchos estaban enfermos porque la empresa no realizaba revisiones ni controles sanitarios periódicos, y la mayoría, cuando tocaba uno obligatorio del gobierno, no acudía a la consulta por temor a ser despedido tras detectársele alguna enfermedad.
Almir pensaba en India noche y día, y nunca la había extrañado tanto.
Cuando estuvieron juntos en Perlas, ella era tan cariñosa que a veces él prefería apartarla porque lo invadía con su insistencia. Siempre quería besarlo, acariciarlo, hacerlo reir con sus ocurrencias, y, ahora que estaban tan lejos, deseaba estar con ella y abrazarla.
¡Qué no daría por uno de sus apasionados besos!
Almir ya se estaba acostumbrando a dormir en malas condiciones, soportando el calor, la humedad y los pesados e incansables mosquitos que siemopre lograban pincharlo tras dar con un pequeño roto de la mosquitera. La hamaca le parecía un lujo debido a lo cansado que se sentía al final del día. Cuando se dormía finalmente, soñaba con India y su mirada ingenua. Escuchaba su risa intempestiva, podía sentir su olor excitante
, percibir su piel suave de las manos recorriendo todo el cuerpo y buscando los lugares exactos del mapa donde más placer producen las caricias.
Muchas veces Almir despertaba en mitad de la noche entristecido por extrañarla tanto.
Ya había transcurrido un año desde que salió de la isla y pensó que más temprano que tarde estaría de nuevo con ella. Había reunido una cantidad importante de dinero.
Almir despertaba y volvía a quedarse dormido de nuevo debido al cansancio. Tenía que reponer fuerzas para la dura jornada que le esperaba.
Un día se levantó al amanecer, se bañó, se vistió y se fue a la barraca donde estaba la cocina.
Desayunó abundantemente y se dirigió a su puesto asignado en la mina, a tan solo 300 metros de la explotación.
Era buzo minero. Un trabajo por el que le pagaban más pero que entrañaba mucho peligro.
Ese día, mientras destapaba la boca de una manguera obstruída con palos y piedras, de pronto escuchó un fuerte crujir y sintió un golpe. Había caído un árbol por el reblandecimiento de la tierra, y una de las ramas lo había golpeado. En principio no era nada grave, aunque quedó inconciente y sus compañeros tuvieron que sacarlo del agua antes de que se ahogara.
Otro compañero no había tenido tanta suerte. El enorme tronco del árbol lo había aplastado y había muerto.

A Almir se lo llevaron al hospital y quedó ingresado. A raíz del accidente perdió parte de la memoria y fue India una de las cosas que dejaron espacio a otras en esa habitación donde se guardan los recuerdos. 
¡Cuántas penurias había tenido que soportar Almir por su fiebre de oro! 
Ella se conformaría si lo tuviera a su lado, aunque vivieran en la más absoluta pobreza. Dormirían tranquilos abrazados el uno al otro, y Almir jugaría con sus senos como solía hacerlo cada vez que, al despertar en el lecho, notaba que había a su lado una mujer a la que amaba y algún día amamantaría a sus hijos.
Cuando el sol asomara sus primeros rayos, harían el amor como nunca antes lo habían hecho. 
Una vez lograra la visa de residente, Almir comenzaría a buscar trabajo enseguida. Conseguiría que Pedro, un amigo de India, le diera un puesto como vendedor exclusivo de ropa que importaba directamente de una famosa marca brasileña, algo de lo que ya hablaron antes de separase.
El negocio sería
 muy rentable y Almir pronto podría alquilar una modesta casa amueblada cerca de la playa a la que se mudarían los dos.
India se imaginaba  el primer día que guisaría para él en la pequeña pero cómoda cocina, con una ventana llena de flores.  Sería feliz. Siempre quiso tener una ventana con flores desde donde mirar el mar. 
En fin, India lo tendría todo para sentirse tranquila y bien. Almir la amaba y ella a él. Se encontrarían cada atardecer al regresar de la ciudad y saldrían a la playa a pasear hasta que anocheciera.
Regularmente se reunirían con el grupo de amigos brasileños para compartir paseos, cenas en casa de algunos de ellos y viajes a tierra firme o a las islas cercanas. De repente sonó el timbre e India recordó que ya Susi estaba detrás de la puerta. 
Deseaba ver a la amiga que tanto la había acompañado y ayudado en momentos difíciles.
La quería y ansiaba su llegada para abrazarla y conversar con ella en persona. Tenían muchos planes juntas. Uno de ellos, buscar a Almir, su príncipe amado, para dignificar su memoria. Otro, hallar a su bisabuelo Isidoro en la selva del Orinoco reencarnado en loro catarú, y encontrar la manera de llegar al tesoro que estaba enterrado en algún lugar de la hacienda de sus ancestros.
¡Menuda tarea les esperaba!