viernes, 9 de septiembre de 2016

4. ¡Menudo fenómeno!


-Me impactó mucho la imagen de tu primera vivienda de casada, y aún sigo explorando con mi linterna vuestra habitación, sin que os deis cuenta. Seguro que tiene pocos muebles; como mucho, una silla roída por la carcoma y un armario destartalado, con sus marcos descuadrados debido a los bultos y el desnivel del terreno. 
La luz del exterior entra por un ventanuco, también de geometría rectangular perdida, con la masilla de los cristales cuarteada, igual que el barro reseco de un antiguo lecho de agua -dijo Susi intentando describir la primera casa en la que vivió India en el campo.
-Las paredes eran de barro, pero solo había una cama. La ropa colgaba de un carrizo que hice poner entre las vigas bajas del techo -añadió India.
-Un carrizo es aquí un pájaro muy pequeño que cabe, asustado, en el espacio ahuecado que se forma entre tus dos manos.
-Pues aquí es un palo que hace de percha, hueco por dentro; como un bambú
Yo traje una mesita y un banco para sentarnos que apenas cabían. Y fui feliz en esa habitación. Me sentí amada como nunca. Y amé mucho, también.
-Además, eras más joven y estabas cargada de energía e ilusión. Antaño la gente amañaba con bien poco. Tenía esperanza, paciencia y unas ganas imperturbables de trabajar.
-Yo no necesitaba nada más para ser feliz. Cultivábamos todo el maíz que comía la familia en el año, y nos juntábamos en las tardes después de la cosecha a desgranarlo. Y charlábamos viejos y jóvenes: abuelos, tíos, sobrinos, hijos y nietos. Reíamos todos sentados sobre un gran encerado desgranando el maíz. Ellos, al principio, se burlaban de mí porque no sabía desgranar.
-¿Encerado?
-Una tela gruesa muy grande como de saco donde caían los granos del maíz. Era tan grande que cabíamos todos.
-En casa solo vivías con tus suegros y tu marido.
-Sí, pero en la finca de seis hectáreas estaban todos los hijos con sus familias en sus casas. Era como una tribu. Solo dos de las hijas vivían aparte y lo compartíamos todo; los huevos de las gallinas, las caraotas que recolectábamos de los rastrojos, el maíz que sembrábamos entre todos, lo que se compraba con la venta del café... Todo compartido a partes iguales. ¡Ah! y garbanzos.
-¿Caraotas?
-Caraotas negras, unos granos que son la comida tradicional venezolana. Por cierto, ya no hay, y si las consigues, cuestan un ojo de la cara. Ahora son comida de ricos.
-¿Granos parecidos a qué? -preguntó de nuevo Susi.
-Similares a las caraotas rojas de ustedes, pero más pequeñas.
-¿Granos rojos nuestros?
-Sí. ¿Sabes cuáles son?
-No.
-Ustedes hacen un plato muy rico con unos granos rojos
o blancos.
-Sigo sin caer.
-Una sopa que ustedes hacen que le ponen chorizo y unos granos blancos como habas.
-Jajaja.
-¿De qué te ríes?
-Habas, jaja, ¡habas!
-Sí, blancas, negras, pintas... Esas mismas son.
-La fabada y la sidra asturianas son famosas en el mundo entero.
-¿Y la fabada es con qué tipo de habas?
-Blancas.
-Nosotros a eso no le ponemos solo los granos; a veces, también la piel del cochino frita. 
¿La fabada no es una sopa? -preguntó India.
-Jajaja -rió Susi.
-Disculpa mi ignorancia culinaria.Y, entonces, ¿qué es?
-La sopa solo lleva caldo de pescado o de carne y fideos. No le llames "granos" a las habas. Los granos son cosas más pequeñas: maíz, trigo, arroz...
-¡Ah!, entiendo.
-Las habas son legunbres, como los guisantes, los garbanzos,  las lentejas...
-¡Guau!, para nosotros todos son granos y las caraotas también.
-Las caraotas son habas, y las habas, legumbres.
-¡Ah!, ahora entiendo.
-Te ha costado, jajaja -rió Susi satisfecha ya.
-Entonces, mi suegra hacía todos los días un cocido de caraotas en un fogón de barro con leña.
-Unos días blancas, otros negras; y, los más, pintas -tarareó Susi.
-No -interrumpió India-. Todos los días comíamos caraotas negras, pero los domingos eran especiales, comíamos garbanzos.
-Muchos pedos... Unos blancos,  otros negros; y, los pintos, los más mortíferos.
-Jajaja. Hay unos horrorosamente olorosos.
Las caraotas se acompañaban con arepa de maíz pilado en el almuerzo y, en la tarde, casi noche , caraotas, arepa y un huevo frito.
-¿Maíz pilado?
-Pilado es cuando le quitas la cáscara al maíz en un pilón a golpes.
-¿A qué hora se reunía la gente para contar historias?
-En la tarde. Recuerdo cómo sonaba cuando frotaba una mazorca con otra. Mientras desgranábamos, contábamos historias.
-¿Recuerdas alguna? -preguntó Susi.
-No. Solo que daban mucha risa las historias cómicas que les habían pasado a algunos de ellos.
-Pensé que había tomate en el  desayuno, la comida y la cena.
-No, jajaja. Los tomates no eran para comer, sino para vender. Además, solo se cultivaban en invierno, en época de lluvias.
-Nada de pescado.
-Nada de nada -repitió India-. Leche, sí. Teníamos una vaca. ¡Ah!...y huevos de las gallinas. 
-¿La vaca era comunitaria? -preguntó Susi.
-Si, pero no hacíamos queso porque daba muy poca leche.
-¿Cuántos tirabais de las ubres?
-Muchos, unas veinte personas.
-Jajaja, pobre vaca.
-Nunca pude aprender a ordeñar -se lamentó India.
-¿Era pinta o de raza cárnica?
-Mestiza y marrón. Vaca Carora, que es una raza muy famosa aquí.
-Carora, caraotas... Jajaja.
-Jajaja -sí, pero es solo una coincidencia.
Entonces, yo revolucioné la alimentación. Compré cien pollitos y nos comimos 97.
-¿Y los terneros de la vaca?
-Los terneros los criaba mi suegro para yuntas de bueyes que vendía ya amansados. Además, también civilizaba caballos para faenar la tierra y criaba perros de caza.
Era increíble lo autosuficientes que podían ser. 
Al llegar yo, "revolucioné" la alimentación. Como no me había criado así, me cansé de comer lo mismo todo el tiempo. Entonces cometí el error, bueno, digo yo que fue un error, de traer cosas de otro tipo compradas afueraqueso, carne, arroz, yuca...
-¿Error? -dijo Susi.
-Claro, porque los hice depender de la comida comprada. Traje harina precocida de maíz y así ya no había que pilar ni sembrar.
Entonces, el dinero que ellos tenían ya no les alcanzaba, porque vendían café y animales a mediano plazo. Y, a partir de ahí, mis cuñados y cuñadas tuvieron que ir a trabajar para otros como jornaleros. Eso fue un error, ¿no te parece?
-Hasta cierto punto -contestó Susi-. No entiendo lo de criar los animales a mediano plazo.
-Bueno, que mi suegro demoraba unos cuantos años en criar y amansar los bueyes y los caballos para poderlos vender, y no era entonces inmediato el dinero que se obtenía. Yo los llevé a esa vida más dependiente de lo externo, aunque mejoraron su alimentación y su salud. Ahora, hasta tienen baño, y una casa con piso de cemento, y paredes de bloques, y techo de acerolit, y ya no pasan frío.
-Pero,  ¿hace frío en Venezuela?
-En esa zona montañosa de estado Trujillo hace frío. Recuerda que tenemos de todos los tipos de clima, hasta nieve.
-¿A qué altitud vivíais?
-A unos 1.500 metros sobre el nivel del mar, o tal vez más, no recuerdo. Era un lugar hermoso. Yo quería hacer una posada, pero no tuve tiempo. Una posada con cabañas, y que la gente viera cómo se funciona en el campo, aunque mi idea era ponerlos  a trabajar como experiencia. Eso era revolucionario en aquellas fechas.
-¿De qué año estamos hablando?
-Finales de los 90. Pero enfermó mi madre, y mi marido embarazó a otra mujer y se esfumaron todos los planes.
-Y, además, tu suegra no te quería porque gastabas más de la cuenta.
-No le convenía que yo cambiara las cosas, y en parte tenía razón.
-Y encima no empreñabas.
-No le daba nietos para que trabajasen la tierra, aunque era realmente Javier quien tenía el mayor problema. 
-¿Como lo conociste? -preguntó Susi.
- Lo conocí porque yo investigaba la cultura de ellos. Estuve cuatro años estudiándolos. Su padre era cantor de velorio y tamunangue, un tipo de baile.
-Pero él no te investigó bien a ti, jajaja.
-¿Por qué lo dices? ¡Ah! ya sé. Te recuerdo que yo no tenía demasiados problemas de infertilidad. Javier, en cambio, estaba tocado por el veneno que usaba en las siembras sin protección. Pero vamos a la historia.
-Sí -contestó Susi.
-Javier era cantor, como su padre. Yo conocí primero a este último.
-¿Qué más?
-Yo iba a cantar con ellos en pueblos y caseríos. Su padre tenía un estatus dentro de los cantores, era maestro.
-Bien.
-El maestro guarda unos cuadernos con las letras de las canciones escritas en castellano antiguo aunque se las sabe de memoria.
Yo me hice muy amiga de su padre y me confió los cuadernos.
-De acuerdo.
-Desde que mi marido me conoció cantando la primera vez, me propuso matrimonio.
-Sigue.
-Estuvo cuatro años recordándomelo cada vez que nos conseguíamos en los velorios y tamunangues.
-Te tiraba los tejos.
-Me echaba los perros. 
Yo investigué a su familia.  Provenían de una etnia indígena desplazada de otro sitio, por eso se comportaban como una tribu. Pero tenían valores que no los tenía la gente de la ciudad: honestidad, hospitalidad, meritocracia, trabajo duro,
respeto... Lo que olvidé investigar fue su comportamiento hacia las mujeres. Eran promiscuos, por decirlo de alguna manera.
Lo digo porque en ese tiempo yo también había tenido un novio en la ciudad. Era un intelectual que yo adoraba. Un historiador muy culto; un escritor que había migrado desde Caracas a la ciudad donde yo vivía.
-Sigue contando.
-Llevábamos un año saliendo y me había dicho que estaba divorciado. De repente, le llegó la mujer y los dos hijos
a vivir con él. Yo no entendía nada. Me dijo que no los podía echar a la calle. Yo le dije que se viniera a vivir conmigo y le di un plazo de un mes para que decidiera.  En ese mes no le hablé del asunto. Al cumplirse ese periodo, le pregunté qué decisión había tomado. Me dijo que necesitaba más tiempo, que no podía romper con ella. Me había engañado y yo, sin decirle nada, fui al pueblo donde vivía Javier y le dije que aceptaba casarme con él.
-Por despecho -dijo Susi.
-Sí. A los diez días me mudé con él, y a los dos meses nos casamos.
El historiador me invitó después a almorzar, y en pleno almuerzo le dije: "Me casé". Se puso a llorar y se fue. No nos volvimos a ver en muchos años.
- Qué triste. No te acostaste con él.
-Sí y no.
-O sí, o no.
-Él tenía problemas. Disfunción eréctil. Nos acostamos y nos amamos. Para amar no es necesario penetrar. A veces, Susi, es mejor incluso no penetrar para poder querer y amar de verdad. A mí no me importaba eso. Yo lo quería y le había dicho que iríamos con un médico. Hay muchas maneras de hacer el amor. Además, no es el sexo lo más importante de una relación.
-Javier, en cambio, tenía la herramienta bien.
-Jajaja, muy bien, demasiado bien para una sola mujer.
-¿Te puedo contar una confidencia?
-Cuenta, sí.
-La primera vez que estuvimos juntos en la cama lo hicimos once veces... sin sacarla. Un prodigio de la naturaleza, jajaja.
-¡Qué fenómeno! ¿Las contaste bien?
-Sí. Las conté todas. Pero no fue así siempre, ni tampoco todo eso para mí sola. Fue prorrateado, dividido entre varias mujeres. Y eso no lo pude soportar.
-Yo pensaba que no había máquinas de montar como esas.
-Yo tampoco. Era increíble -dijo India.
-Y, encima, lo alimentabas a base de bien con comida rica de afuera.
-Sí, para otras. 
Le compré ropa nueva, un teléfono celular de esos grandotes que había en esa época, le hice un tratamiento en la piel de la cara, lo puse lindo...
-¿Conducía? -preguntó Susi.
-Sí. Yo le prestaba mi carro. Las mujeres se enamoraban de él porque creían que tenía dinero.
-Con esa palanca de cambio lo merecía todo.
-Jajaja -rió India a carcajada limpia.
-Era grande...
-Sí,  jajaja.
Pero no me quería. No solo porque embarazó a otra muchacha, sino porque varias veces que salí de viaje, no me llamó ni siquiera para verificar que había llegado bien, y cuando estuve hospitalizada, pasó una semana sin llamarme.