lunes, 13 de marzo de 2017

52. El Tarántula ataca a los clientes de nuevo


Una vez que se abrió del todo la puerta del armario empotrado, Susi se quedó inmóvil y sin respiración.
Temblando de miedo y sin control,  calculó mentalmente, debajo de la sábana, los pasos que la separaban de aquel fantasma, bicho o lo que pudiera ser.
-No más de cuatro metros -pronunció la asustada mujer en voz tan baja que ni siquiera podía oírsele.
India tampoco las tenía todas consigo. Aunque aquello fuera como una atracción de feria, los horribles actores podían propasarse, tomarse demasiado en serio el asunto o, simplemente, no cumplir el contrato y hacer un daño irreparable.
El monstruo alto y corpulento que se encajó y bajó por la estrecha escalera del desván, solo necesitaría dar menos de cuatro pasos para llegar a la cama de las indefensas mujeres.
La oscuridad seguía siendo absoluta, ya que continuaba cerrada la única ventana que tenía la habitación.
Susi tuvo que subir a la superficie para tomar aire de nuevo. Era un sinsentido aguantar el aliento para no hacer ruido cuando su agresor conocía de sobras su ubicación. Tenía la cara pegada a las tetas de India y no se quería separar.
-Pero chica, no ves que te vas a asfixiar -le dijo.
-Ha... Ha... Ha... Ha... ¡Ha abierto la puerta!
-Sabes Susi que tengo muy poca audición, aunque sí me funciona el sentido del olfato. Con el miedo te has tirado otro pedo.
-No lo he podido evitar. Se me ha escapado, y punto.
-Nos tenemos que destapar.
-No por Dios, no. Te lo pido por favor.
-¡Este olor no hay quien la aguante!
-Pues destápate tú. Yo prefiero respirar mi propio pedo antes que notar en mi cara el aliento de ese lo que sea.
India descubrió la cabeza y vió que el gigantón tenía aura alrededor de todo su cuerpo.
Calculó que habría unos dos metros entre sus ojos reflectantes y el suelo. Aunque todo aquello era un aparente juego, India se quedó helada y paralizada al ver aquella mirada sedienta de sangre fresca y caliente al mismo tiempo.
Eran los ojos del demonio, o mucho peor todavía, los globos oculares de un terrorista ciego de ira y fanatismo religioso.
-Se acerca, ¿verdad?
India temblaba ahora tanto o más que Susi y se tapó la cabeza de nuevo.
-No te vuelvas a tirar un pedo -suplicó India.
-Perdona, pero
se me ha escapado otro.
Ahora eran ya tres las que temblaban al unísono: las dos mujeres y la cama. Y hasta las tablas del suelo tiritaban bajo sus cuatro patas.
El grandullón tenía visión termográfica y era capaz de localizar un ratón por muy quieto o escondido que estuviera.
Les veía a las dos cómo bombeaban sus corazones, y babeaba pensando en chuparles la sangre hasta dejarlas sumidas en la más profunda de las anemias, sin llegar a matarlas, con ojeras y demacradas, entregadas al disfrute del placentero narcótico que les inyectaría antes de chuparles su rico y valioso jugo.
Era el Tarántula, un ser capaz de desprenderse de sus manos peludas armadas con seis dedos y de recuperarlas cuando les ordenara unirse de nuevo a su cuerpo. De sus horribles manos y también  de su penescorpión, otro dron vivo sin patas que se arrastra como las culebras y es capaz de trabajar con la cola, la cabeza, o ambas a la vez.
El Tarántula no se movió del lugar donde estaba, pero sí les envió a las mujeres un par de emisarias, sus horribles y peludas manoarañas.
Tenían ganas de actuar y se lanzaron al suelo de madera saltando como dos pulgas hambrientas.
Desde las tablas pegaron otro brinco hasta los pies de la cama, y después se tiraron a la sábana, las dos sobre el cuerpo de Susi.
-¿Qué ha sido eso? -preguntó la mujer.
-No lo sé -respondió India.
-Pero... ¿qué estás haciendo?
-Nada, temblar como tú.
-¡Me estás apalpando el culo!
-Debes estar soñando. Si algún día decido hacerlo, ya te dije que te consultaría previamente... o no, ¡jajaja!
-Te repito, India, que te estás propasando.