jueves, 22 de septiembre de 2016

7. India tiene que dejar su casa de Acarigua


India había recogido lo más esencial para la mudanza a la casa familiar.
Tuvo que sacar todo para acomodarlo en la maletera y el asiento trasero del carro de su hermana Ángela. También se llevaba a su perrito Leo.
El carro iba lleno hasta el techo. No cabía nada más.
Mientras recorrían el camino,  India se sentía triste por dejar su casa, el hogar donde había vivido los últimos ocho años, donde había sido independiente y feliz. Y, por otro lado, también tenía muchas expectativas de lograr concretar proyectos con su hermana en la casa familiar,  luego de vender la suya.
La vivienda de las cinco hermanas en Santa Ana estaba muy bien ubicada y querían aprovechar el hermoso jardín para instalar un restaurant.
Además, tenían otros proyectos que nunca se pudieron concretar porque la situación del país comenzó a deteriorarse. La escasez y la hiperinflación habían comenzado.
Fue entonces cuando, sin pensarlo mucho, decidió llamar de nuevo a Susi, que vivía tranquila en España sin muchos problemas.
Chateaban todos los días porque India necesitaba atención y cariño debido a las penas que la aquejaban. La ansiedad se le había convertido en un trastorno.
Susi era buena, y por eso nunca se cansaba de apoyarla.
En el fondo la quería, y pronto formó parte de la familia.
Pero llegó un momento en que Susi se convirtió en una sumisa terapeuta a distancia. Y todo porque no soportaba que India sufriera.
Las sesiones de relajación de India las dirigía Susi desde España.
Las dos se echaban en sus respectivas camas a siete mil kilómetros de distancia, con los brazos y las piernas abiertas.
Susi le decía a India que cerrara los ojos, e India obedecía. Y ya no podía volver a abrirlos aunque quisiera, sino hasta que Susi se lo permitiera de nuevo.
Estas sesiones conseguían su objetivo. Rebajar la ansiedad de India de nueve a tres, de siete a dos, de cuatro a uno... en una escala de cero a diez.
Pero India no tenía con qué pagarlas, así que Susi  decidió que debía dibujar, escribir o caminar para saldar las deudas.
Se puede pensar que pagar con esa moneda es muy fácil, pero no; no es cierto. Cuando se está realmente enferma, resulta muy difícil existir, porque existir significa sentir que no se tienen ganas de vivir, y no tener ganas de nada es... estar siempre harta, a punto de vomitar.
Cuando se está llena de todo, lo único que apetece es saciarse con la muerte, y hacerlo bien, no de una forma chapucera, como lo intenta mucha gente que no tiene ni la más mínima idea.
-El suicidio está ahí y hay que hablar de él para que no se quede enquistado y se  convierta en un tumor malo - le decía Susi a India algunas veces.
Hay, incluso, que tratarlo con humor e ironía. Reírse de él, si llega el caso. Porque mientras te ríes, te alejas del peligro.
Susi le contó a India que, en cierta ocasión, escribió un artículo para un periódico sobre el suicidio. Susi pasó tres noches sin dormir hasta que, por fin, le salió algo con cierto sentido.
No quería escribir un supositorio de moralina. Ni disparar con la pistola de la compasión. Ni mostrar estadísticas. Ni desatar pena hacia esas personas. Ni convencerlas, porque, en el fondo, tienen razón.
Y, por fin, Susi se puso a escribir. Era un artículo cargado de humor negro, ironía y vida, ya que también provocaba risa.
En él, no le reclamaba nada a los políticos ni a la Administración, que siempre andan más pendientes de su salud que de la de los otros.
Se titulaba así: "Cómo evitar un suicidio chapucero".
El artículo iba dirigido a todo tipo de usuarios.
Recomendaba, por ejemplo, que era mejor una buena sobredosis de sexo loco y ron, que una lenta y aburrida cirrosis.
También recomendaba la escalada en roca sin cuerda, antes que el puenting.
El puenting no solía dar buen resultado. Principalmente cuando el río baja con demasiado caudal.
Para que el puenting sea un método efectivo tiene que estar el lecho casi seco, y las piedras no deben ser cantos rodados, sino angulosa roca caliza.
De esa manera se consigue un buen hostiazo.
Había que ser comprensible con la Administración, y no provocar más gasto sanitario que pagarían todos los ciudadanos.
El suicidio debía ser económico y limpio y no ocasionar gastos de hospitalización ni complejas operaciones de búsqueda.
Los perros, mejor emplearlos en los terremotos, en los sepultados bajo la nieve o el lodo, o en la búsqueda de excursionistas atontados que no saben ni siquiera donde está el norte.
En el artículo también se recomendaba usar el horno crematorio en vez de la playa, pues era mejor también para las arcas del Estado.
Usando el horno solo se gastaba un poco de gasoil, aunque el sistema fuera algo doloroso al principio. Pero compensaba. Compensaba porque el melanoma, a la larga,  era mucho más terrible y doloroso.
En el artículo tampoco se recomendaba el lento suicidio provocado por intoxicación alimentaria. Mucho mejor un empacho mortal a base de mariscadas reogadas con un buen vino blanco. O tinto, con una pota entera de cocido gallego. Y, al terminar, otra, y otra... hasta que  saltan los ojos igual que los tapones de champán en Navidad.
Todo eso mejor que un goteo lento del veneno que va en las bebidas azucaradas o las grasas saturadas, el aceite de palma... 
Susi recomendó también morir tras un largo ayuno en la tienda de campaña, en el bosque,  con una buena fuente al lado; antes que mendigar un puesto de trabajo de un par de horas diarias, con flexibilidad horaria, sin dietas, y coche propio para los desplazamientos.
En el bosque, por lo menos, conservas tu dignidad, mientras bebes agua fresca y escuchas gratuitamente el trino alegre de los pájaros.
Susi afirmaba en el artículo que no hay chapuza más grande que llegar al hospital a pie, y con mucho más dolor que antes. El del alma sumado al que produce un buen leñazo en los riñones, después de caer en el río sobre los cantos rodados, allá abajo, al lado del primer arco del puente.
Todo esto fue lo que escribió Susi en el artículo de prensa.
Susi siempre fue partidaria de la eutanasia.  
Y, con respecto al suicidio, nunca quiso convencer a nadie de que era mejor comer cuando está subiendo el vómito. Si lo hizo, fue con argumentos vacíos.

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