domingo, 14 de mayo de 2017

60. Las ballenas nunca tienen prisa

El ambiente en Santa Ana era parecido al del resto del país. Todos los días habían manifestaciones de rechazo a la dictadura, que eran reprimidas fuertemente por las fuerzas policiales, militares y paramilitares del gobierno. Los muertos, heridos y detenidos se contaban por cientos. La mayoría eran jóvenes que habían nacido bajo el oprobio, y ahora se rebelaban contra la dura situación económica, social y política que los adultos habían permitido que se estableciera en el país. Luchaban sin armas, valientemente y con la certeza de que su acción no sería en vano y lograrían derrotar al tirano. Una lucha desigual, sin duda, pero que contaba con millones de personas en decidido afán por retomar el rumbo de la democracia. 
Estos jóvenes tenían el referente histórico de los valores y principios que impulsaron las luchas de independencia de su país, de la valentía de aquellos héroes de la patria que liberaron cinco naciones.
Sin embargo, sacar al dictador a través de la lucha no violenta era un gran desafío, pero no tan inalcanzable como la reconstrucción de la institucionalidad invadida por una cultura de corrupción exhacerbada, sin ética ni moral, una ruptura del tejido social producto del odio y la división sembrados entre la población, incluso dentro de las familias, sin contar la destrucción del incipiente aparato productivo. Eso demandaría años de trabajo arduo.
India tampoco podía dormir. Dentro de solo tres horas se tenían que levantar para tomar el vuelo que las llevaría a Coibaba, la capital de Mato Grosso donde esperaban dar con las huellas que había dejado Almir tras de sí.
Con algo de suerte, esta vez quizás podrían salir del país al no hacerlo vía Caracas, una de las ciudades más inseguras del mundo, donde solo los más ricos pueden pagar un servicio de seguridad que los mantenga vivos y, a veces, ni eso.
El resto debe jugar todos los días a la ruleta rusa cuando sale de casa para poder comprar el pan o pasear el perrito.
De las dos mujeres, Susi era la más asustada. Había vivido la represión franquista mientras estudiaba en un colegio de la Sección Femenina de la Falange Española, pero nunca había pasado por una situación tan complicada como la venezolana.
España, en aquellos años, se encaminaba hacia la democracia y la restauración monárquica de una manera más o menos amañada, pero el país caribeño lo hacía al revés, retrocedía para equipararse con todas aquellas repúblicas y dictaduras "populares" del más variopinto pelaje.
En Venezuela la situación era muy delicada porque podía radicalizarse y estallar una guerra civil debido al  hambre de la población mezclada con el acomodamiento de los grupos financiados por el régimen para protegerlo.
Susi no podía dormir. Se lo impedía el resplandor de las hogueras y las explosiones producidas por el lanzamiento de los gases lacrimógenos, ya que la revuelta callejera continuó hasta bien avanzada la noche, incluso con mucha más virulencia e intensidad.
La mujer se levantó de la cama, pasó las cortinas y fue al servicio a por unos tapones para los oídos. Ya de regreso a la habitación, cogió la tableta para escribir un relato breve:

"Ayer varias rosas de color negro cortaron con una hoz las velas y las hierbas de trapo.
Sangraba la tierra a borbotones y caían rayos.
Después vinieron los ángeles y se llevaron los restos.
Era el viento el que había muerto.
Al cortejo fúnebre vino un ejército de margaritas gigantes, amapolas y toda clase de hierbas y pequeñas flores.
Callaron las cigarras y los grillos. Las arañas pararon de tejer sus telas en las ramas de la retama blanca y también en la amarilla.
La libertad no salió a pasear por miedo a no saber regresar al bosque... y quedó encerrada en aquella jaula con gruesos barrotes de madera.
Ya nunca más hubo oleaje en los campos, ni sinfonías en los inviernos interpretadas por  las tejas.
Y las nubes quedaron quietas, atadas para siempre con invisibles cadenas y pesados grilletes".

Susi aún no había superado la muerte de su padre producida un año antes de salir de España en busca del tesoro de Isidoro. A ello se había sumado la separación de su segundo marido. Tras ese acontecimiento, decidió vender todos sus bienes para no estar atada a las obligaciones que emanan de las propiedades.
Se deshizo del coche y decidió no volver a tener perro. Donó todos sus libros y parte del material de alpinismo, solo el que no usaría a corto plazo.
Los disturbios, lejos de ir bajando de intensidad, se recrudecieron, así que Susi continuó escribiendo porque sabía que no volvería a retomar el sueño.
Y escribió de nuevo un cuento corto y concentrado, muy intenso desde el primero al último sorbo, sin amargura ni poso.

"-Hijo, córtame las venas, por favor.
-No puedo, papá, de verdad que no puedo.
-Entonces, afílalo bien y tráeme el cuchillo.
-Tampoco puedo, papá.
-Eres injusto conmigo, hijo.
-¿Por qué, papá? ¿Por qué?
-Te he entregado casi toda mi sangre...
-Sí, papá, me la has entregado sin pedirme nada a cambio.
-Y, ahora, hijo, no eres capaz...
-¿De qué no soy capaz, papá?
-No eres capaz de dejar correr libremente la que me queda, hijo mío.
-No soy capaz, papá, de verdad que no soy capaz; aunque lo haría, si pudiera, para que la sangre se lleve pegado a ella el sinsentido de tu vida."

Susi nunca le había dicho a India que su propósito al venir de España no era encontrar el tesoro, ni siquiera buscar algo.
La verdadera intención de la mujer consistía en vivir y vagar sin prisa, sin rumbo fijo, atraída únicamente por lo que fuera apareciendo cada día ante su vista. Y lo mismo quería hacer India para sanar y recuperar parte del tiempo perdido. Así se comportan los grandes cetáceos en el inmenso océano, por lo menos eso es lo que dan a entender al ser observados por los humanos.
Si las ballenas nunca tienen prisa, ¿porqué ellas debían comportarse de otra manera?

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