viernes, 17 de febrero de 2017

50. Casa Satanás


India y Susi estaban cansadas de caminar por la empinada cuesta. Al llegar a la fachada del hotel se encontraron tres puertas. Todas iguales y del mismo tamaño con sencillos arcos de piedra.
Solo las diferenciaba que la del medio tenía tallado un pulpo, la de la izquierda una rana y la de la derecha una serpiente. Los tres animales labrados en la madera de cada uno de sus picaportes.
India golpeó en la del medio. Tres toques temerosos que sonaron a hueco grande y profundo, como si nada ni nadie hubiera en el interior de la construcción colonial.
Esperaron un momento. India volvió a golpear. Esta vez un toque más. De pronto, la puerta comenzó a abrirse muy despacio y chirriaron las bisagras. Tanto que parecía que no había girado en mucho tiempo, quizás debido a que la gente prefería la rana o la serpiente antes que al pulpo. 
Estaba anocheciendo. India sintió mucho miedo, aunque disimuló para que Susi no se riera de ella.
Una mujer de aspecto tétrico apareció tras la puerta.
-Buenas noches, pasen adelante. Las estábamos esperando.
India miró a Susi asombrada.
-Perdone, pero no habíamos reservado -le dijo Susi a la mujer.
-Las vimos subir por la cuesta -respondió la mujer. 
Era extremadamente delgada y una sotana roja le marcaba los huesos de las caderas, iguales que los de una vaca lechera mal alimentada. De tez pálida. Más pálida que la cera, y con cierto grado de estrabismo, el suficiente para no saber a qué ojo mirarle. Sin ningún tipo de expresión en la cara. De voz grave, desganada y sin ritmo, igual que la de un cadáver viviente que añora volver a descansar eternamente.
El pelo lo llevaba recogido en un moño, y desprendía un olor extraño, como a humo de leña, seguramente la empleada en el asador o en las calderas del mismísimo infierno.
India y Susi estaban ya sentadas en el comedor dispuestas a pedir la cena.
-Hace años, Casa Satanás era regentada por un matrimonio y la madre del varón, pero de la noche a la mañana, la mujer más joven apareció ahorcada en una viga, la señora con un tiro en la cabeza y su hijo con otro en el pecho y la pistola a su lado -India puso cara de horror.
Nunca se solucionó el caso y nada se supo de las autopsias que se hicieron previamente a la incineración de los cadáveres. Yo creo que pudo intervenir una cuarta persona, o varias -concluyó Susi.
-¿En el lugar de los hechos? -añadió India.
-"In situ" o pagándole a alguien; por envidia, para robar, simplemente por hacer daño, o incluso con la intención de  cobrar un seguro o una herencia. A ella la pudieron "colgar" después de matar a la cocinera y su hijo, y dejarle a este la pistola tirada en el suelo a su lado.
-¿El matrimonio tenía hijos? -preguntó India.
-Cuatro. Dos mujeres y dos varones.
Los tres muertos tenían mucho dinero. Es posible que estuviera implicado alguno de los vástagos, unos ladrones o simplemente el diablo.
Los supuestos suicidios, o suicidio, pudieron ser un montaje criminal.
-¿Y quién te ha contado todo eso? -preguntó India.
-Nadie. Figura en cualquier enciclopedia venezolana. Buscas "Casa Satanás", y punto.
Una vez que ocurrió la fatal desgracia, el hotel quedó sin actividad durante muchos años, y quienes lo visitaban y curioseaban desde el exterior, escuchaban llantos y gritos de terror en su interior.
Después llegaron los actuales propietarios, que han sabido aprovechar bien su mala fama para vender a gente medio averiada miedo y terror a raudales -le explicó Susi.
A India no le daba buena espina el ambiente del hotel ni la mujer que las recibió en la puerta, por más que Susi le dijera que aquello funcionaba como una atracción de feria.
El comedor era lúgubre, sin puntos de iluminación en el techo. Solo la luz de una gruesa vela de iglesia en cada mesa se reflejaba en la cara de los comensales. 
Hablaban todos muy bajito, pero India supo que había entre ellos franceses, alemanes, norteamericanos y japoneses. Susi, en cambio, no entendía ni jota de inglés y, por tanto, era incapaz de diferenciar a un británico de un norteamericano. Todos estaban dispuestos a experimentar emociones fuertes en los platos y en las habitaciones.
Susi pidió criadillas de vampiro y un sorbete de leche de bruja recién parida, es decir, hecho con los calostros.
India se atrevió con un par de globos oculares de macho cabrío y unas rodajas de víbora en escabeche.
Susi miraba de reojo los platos que traía la escuálida camarera en las bandejas. Abundaban las larvas, los insectos, los pequeños reptiles y las culebras, las arañas y las tarántulas, los escorpiones y las salamandras despellejadas.
Susi pidió de postre crepés preparados con sangre de Diablo de Tasmania, e India helado de semen de tiburón, algo que también quiso probar Susi con su cucharilla.
-Está buenísimo -dijo Susi. ¿Quieres probar las tortitas? Saben bien, muy parecido a las filloas gallegas hechas con sangre de cerdo.
India contestó que no.
Después de cenar, las acompañó a la habitación la mujer que las había recibido en la entrada del hotel.
Uno de los paños de la puerta tenía tallado un pulpo, la misma imagen del picaporte que decidió golpear India para acceder al aislado establecimiento.
La habitación tenía dos camas y una ventana pequeña con los barrotes corroídos por el salitre. Estaba abierta y por ella entraba el olor a mar y el rumor de las olas al romper contra el acantilado.
Dentro del cuarto una mezcla de sal, humedad añeja y cera quemada de los candelabros impregnaba el ambiente.
India sintió en su cuerpo un escalofrío al cerrarse la puerta y oír el crujido de las tablas cuando se puso a caminar por la habitación.
En el suelo había una trampilla, sin duda la conexión con lo más profundo de los infiernos o los pasadizos secretos que llevan al interior de los recintos de los cementerios.
-Susi...
-Dime, India.
-Casi mejor que nos acostamos ya juntas, esto tiene muy mala pinta. No sé si has visto que la trampilla está sin cerrojo.
-¡Jajaja! ¿No decías que no tendrías miedo y que no creías en estas tonterías?
-No tengo miedo, es solo desconfianza -dijo India.
-¿Desconfianza? 
-Sí, no sabemos quienes son estas personas. Me refiero a los empleados y huéspedes del hotel -respondió India. 
Las dos amigas se desvistieron, se pusieron sus pijamas nuevos y se acostaron en silencio, a la expectativa. Dejaron encendida la única vela que había en el dormiorio, habida cuenta de que en el hotel desconectaban la luz por la noche para que pudieran trabajar los fantasmas mejor y con mayor libertad.
India se levantó, arrastró un gabinete y lo colocó sobre la trampilla creyendo que así no entraría nadie en la habitación.
Era ingenua. No sabía que para los espíritus no existen barreras, ni gruesos muros. India no creía que el demonio pudiera abrir las puertas con un soplido o colarse por una pequeña rendija de las tablas del techo o del suelo. Tampoco recordaba ya que había elegido la puerta del pulpo, el cefalópodo gigante que empezaría a actuar con sus enormes y potentes tentáculos una vez que se apagara la vela.
De poco serviría el ligero gabinete que había arrastrado India para colocarlo sobre la trampilla que llevaba al sótano.
Además, el gran ropero empotrado en el muro de carga llevaba por una escalera estrecha al enorme desván de la casa.

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